Aunque sea de maestro...

Siendo estudiante en la Normal Superior asistí a un taller impartido por James Taylor, a la sazón uno de los más prestigiados autores de textos de inglés para secundaria.

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Siendo estudiante en la Normal Superior asistí a un taller impartido por James Taylor, a la sazón uno de los más prestigiados autores de textos de inglés para secundaria. Éste pidió, en ese idioma, a los cerca de cien alumnos de la especialidad de inglés presentes, que levantaran la mano si les parecía bien que las exposiciones se hicieran en esa lengua. Media docena de manos se alzaron, ante la mirada de reproche de otros tantos asistentes, y el ansioso nerviosismo de la gran mayoría, algunos de los cuales murmuraban una petición de auxilio: “¿Qué dijo?”.

En los años que siguieron, junto con otros alborotadores, me tocó promover la sustitución de dos maestros de estadística, que simplemente no sabían calcular promedios y otras cosas elementales.

Finalmente, ya como maestro, fui despedido de la misma escuela por aplicar un examen de opción múltiple en dónde, girando las respuestas (es decir, la respuesta correcta en una prueba era “A” pero en la de al lado era “B”, etc) produje cuatro series distintas, de modo tal que quien copiara tenía garantizada una respuesta mala. Por cierto, la totalidad de los copiones eran maestros en activo.

La propuesta de evaluar a los maestros es vieja y ha despertado la oposición generalizada del magisterio. Tirios y troyanos, SNTE y CNTE, esgrimen argumentos de distinta sofisticación -desde tesis doctorales hasta paros de escuelas- para argumentar lo inaceptable de una evaluación.
Habiendo críticas legítimas a las últimas propuestas de evaluación, que esta semana llevaron a la aprobación de reformas constitucionales en la materia, el problema central que el Estado y la sociedad han cultivado es el número descomunal de profesores que son incapaces de enseñar los contenidos académicos que les corresponden, olvidémonos ya de “enseñar a aprender” o de “formar para la vida”.

La triste realidad es que la oposición a cualquier evaluación se funda en el masivo temor de los profesores de reprobar. Nada más.

El gran motor de la privatización de la educación, contra la que Elba Esther Gordillo Morales truena, es la degradación de la educación que brinda el Estado. Frenarla sólo es posible oponiendo una educación pública de igual o mayor calidad que la privada, como afortunadamente sigue sucediendo en la gran mayoría de las universidades.
La educación de nuestros hijos debe estar en manos de profesionales, no de quien pudo graduarse “aunque sea de maestro”.

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