¡Auxilio papá, llama a la policía...!

Los mensajes a mi teléfono móvil me dejaron helado, por segundos me sentí desmayar, quise correr hasta donde estaba la remitente de los mensajes...

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Los mensajes a mi teléfono móvil me dejaron helado, por segundos me sentí desmayar, quise correr hasta donde estaba la remitente de los mensajes; pero a la vez me paralicé y tardé segundos en reaccionar. Volví a leer y confirmé lo que un padre nunca quisiera leer o escuchar: “Papá, no puedo hablar”, “En casa de “x” (el nombre del novio de mi hija)”, “Nos secuestraron”, “Manda a la policía”; cuatro mensajes continuos y precisos. Hablé al número de emergencias y me fui a buscar a mi hija.  

Al llegar a mi destino (quince o veinte minutos después), atrás del palacio municipal, en pleno centro de la ciudad, vi dos patrullas, una de agentes judiciales, una ambulancia y mucha, mucha gente. En el garaje dos policías tenían sometido a un tipo que permanecía arrodillado con el rostro ensangrentado. Se veía a simple vista que ahí se había escenificado una terrible batalla campal. Había rastros de sangre en el piso, un par de tenis oscuros y otros objetos regados. 

Los miembros de la familia “R.A”, al ingresar a su casa vieron con asombro cómo dos delincuentes se introducían por debajo del portón eléctrico, éstos al ponerse de pie los amagaron uno con un cuchillo y otro, con una pistola. La madre de familia opuso resistencia, logró quitarle el cuchillo al que lo portaba y por respuesta recibió del otro sujeto dos cachazos en la cabeza que provocaron un profuso sangrado instantáneo. El esposo se enfureció y luchó con el maleante, en la refriega casi pierde un dedo provocado por una mordida de su atacante; el hijo aprovechó para intentar someter al más joven, ruedan en el piso, el malandrín queda arriba e intenta ahorcarlo, pero luego la madre de familia le da con un botellón de agua en la espalada y logra que en la distracción su hijo derribe al intruso. Mi hija corrió asustada hacia el interior de la casa y me mandó los mensajes de auxilio, luego regresó a la cochera intentando ayudar a su novio.  Después de once o quince minutos de resistencia, lograron someter a uno de los dos tipos; el otro, el que portaba la pistola, abandonó el lugar después de que en el forcejeo se le cayó el arma al piso.  Dos cómplices que esperaban afuera en un vehículo gris le abrieron la puerta del coche y huyeron con rumbo al parque de Las Palapas.  Ahí ubicó la policía el automotor y lograron detener al otro que había ingresado a la casa de la familia “R.A”. Fue importante también que un guardia y el velador de una notaría cercana al lugar de los hechos, al escuchar los gritos de auxilio acudieron a ver qué sucedía, percatándose de la huida de tres de los cuatro hampones y tomaron el número de las placas, reportándolas de inmediato a la policía.

El intento de robo y/o secuestro se frustró gracias a la inmediata reacción de una familia que sacó fuerzas de flaqueza, que no se amilanó ante el peligro y que sin duda alguna contó demasiado con la ayuda de Dios. 

El final - esa noche del miércoles 22 de octubre- pudo haber sido muy distinto, trágico, quizás. En esta ocasión, hay que reconocerlo también, hubo una rápida respuesta policiaca y de la Procuraduría de Justicia del Estado. No obstante, el reclamo por la inseguridad creciente seguirá siendo el mismo: ¿hasta cuándo, señores gobernantes? 

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