¿Bernal o cortés?

La Historia verdadera es considerada no sólo la principal y más completa autoridad de los hechos que narra, sino una de las obras literarias cumbre del siglo de oro español, al decir de Carlos Fuentes.

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Abrumados por la abundancia de crónicas, referencias y una nada despreciable cantidad de relatos literarios sobre la historia de la conquista de México, muchos nos hemos acostumbrado a pensar que lo principal está dicho y que del gigantesco y laberíntico acervo documental creado por la Corona Española en los siglos coloniales, irán apareciendo nuevas evidencias que confirmen historias ya contadas, las piezas faltantes de rompecabezas ya casi resueltos. 

De allí que la publicación del libro Crónica de la Eternidad, del historiador francés Christian Duverger, publicado por editorial Taurus, sea una sorpresa mayúscula al develar –desde su polémico pero apasionante punto de vista–, que el autor de La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España no fue Bernal Díaz del Castillo, sino el mismísimo conquistador Don Hernando de Cortés. 

La Historia verdadera es considerada no sólo la principal y más completa autoridad de los hechos que narra, sino una de las obras literarias cumbre del siglo de oro español, al decir de Carlos Fuentes.  

Duverger nos muestra a un Bernal Díaz del Castillo anónimo, que no es mencionado por los compañeros de armas de Cortés, ni en documentos históricos en los que se relaciona a todos los que lo acompañaron, que sin embargo narra con precisión y maestría una historia detallada en la que es el testigo privilegiado de todos los grandes acontecimientos que vive el conquistador, y que concluye la crónica a los 84 años; a un Bernal cuya existencia se registra apenas a partir de las gestiones que él y sus sucesores inician para obtener el reconocimiento de sus derechos de encomienda y tierra en Santiago de Guatemala; a un Bernal que declara no ser letrado, lo que incluso se interpreta como analfabeto. 

En cambio presenta un Cortés heroico afectado y censurado en el juicio de residencia que lo llevó de regreso a España en la que moriría sin volver a América, atrapado en alegatos y defensas, prohibidos sus escritos y su historia, ante un emperador celoso de su fama que probaría en los juicios confiscatorios la norma de que el derecho de los reyes está por encima de los derechos de conquista de sus adelantados. 

La polémica aun inicia. Ya el académico Guillermo Serés, responsable de la publicación de la Historia verdadera por parte de la Real Academia, rebate a Duverger y éste solicita a la centenaria institución que lo reciba para exponerles su laboriosa investigación. Otras diatribas y no menos respaldos se van dando. ¿Bernal o Cortés?

Confieso que la vena romántica de un Cortés guerrero de la espada y de la pluma es más que subyugante. Al fin, hacer historia seguirá siendo la gran aventura de la conjetura erudita, una minuciosa obra forense de investigadores que tejen y reconstruyen las palabras de otros. Y el tiempo siempre su materia y su juez. Nosotros no podemos menos que convertirnos en lectores apasionados de esta apasionante historia de la historia.

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