Bienaventurado

El Pbro. Jorge Antonio Laviada Molina se entregó al Señor con absoluta e incondicional confianza.

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El próximo martes nueve de junio se cumple el primer año, han transcurrido ya doce meses desde aquella tarde en la que fue llamado de regreso a la casa del Padre mientras disputaba un partido de futbol. Como era su costumbre, obedeció de inmediato, sin reservas, sin titubeos, ni un atisbo de duda nubló su mente, ni un intento por resistir ofreció su cuerpo. Con absoluta e incondicional confianza, se entregó dulcemente a la voluntad de aquel que lo eligió y a quien amó hasta el extremo. 

Apenas escuchó el aviso, simplemente se detuvo, cayó de rodillas y emprendió el viaje para acudir a la cita, esa a la que él siempre dijo que se llega puntual, nunca demasiado pronto, jamás tarde, porque es una cita de amor perfecto.

La Real Academia Española señala que el adjetivo Bienaventurado es aplicable a aquel “que goza de Dios en el cielo, que es afortunado y feliz”, por eso no tengo duda en afirmar que mi amigo es un Bienaventurado, la definición le aplica perfectamente.

En la Biblia, la bienaventuranza es un género literario con más de un centenar de ejemplos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, al que se recurre para expresar una “felicitación” a las personas que, por tener una dada cualidad o mantener una forma de conducta grata, están relacionadas con Dios, el dador de la vida y la felicidad. Quizá las más célebres de las muchas sentencias que constituyen este género literario sean las nueve con que comienza Jesús el sermón de la montaña (Mateo 5:3-12).

Cuando en la Biblia se proclama una bienaventuranza, por lo general consta de una expresión inicial que puede incluir palabras como “feliz”, “dichoso”, “bienaventurado”, y que califica al poseedor de la cualidad como digno de felicidad, para luego añadir una segunda parte que puede estar en tiempo presente o futuro. En este último caso, indica las consecuencias que se siguen o que se seguirán de la posesión de la cualidad, y en ese sentido se aprecia una evolución lenta a través del Antiguo y del Nuevo Testamento, que fue de los bienes meramente terrenales a los llamados “bienes eternos”. Los verdaderos sabios no limitan su horizonte a la retribución deseada en este mundo. La recompensa esperada es Dios en persona.

Mi amigo vivió las bienaventuranzas en un grado superior al mero cumplimiento, no se limitó a ir colocando una marca junto a cada una de ellas. José María Cabodevilla, en “La impaciencia de Job” escribe: “La legislación versa sobre lo mínimo, la inspiración se refiere a lo máximo, aquélla acota el campo de la justicia, ésta amplía el campo del amor”.

Así fue su vida, cumpliendo con amor, inspirado y maravillado en el amor, plenamente consciente de que su recompensa jamás la encontraría en este mundo, sino que la alcanzaría precisamente al momento de encontrarse cara a cara con Él, como sucedió la tarde del 9 de junio de 2014 en mitad de la cancha de fútbol del Seminario Mayor en Itzimná

¡Bienaventurado eres pues, Pbro. Jorge Antonio Laviada Molina!

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