Breve panorama de la poesía mexicana de los 70

En la vida urbana de la Ciudad de México se abrieron espacios como válvulas de escape para los jóvenes, para que se formaran y se hicieran escuchar.

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En 1973 el gobierno del presidente Luis Echeverría hacía todo lo posible por limpiar su imagen tras lo ocurrido en 1971 y 1968, el Halconazo y Tlatelolco. En la vida urbana de la Ciudad de México se abrieron espacios como válvulas de escape para los jóvenes, para que se formaran y se hicieran escuchar, mediante la propagación de talleres literarios, revistas y editoriales, tanto independientes como de circuito oficial. Entre los talleres literarios que se impartían y que tomaron particular importancia encontramos:

La UNAM ofrecía talleres de narrativa y poesía en la Facultad de Filosofía y Letras y el departamento de Difusión Cultural editaba la revista Punto de partida, espacio donde los jóvenes exponían sus trabajos (a diferencia de la Revista de la Universidad, que era la oficial) y de la que se crearon talleres de poesía, narrativa, teatro y ensayo. Otras universidades como la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana) también tenían sus propios talleres; el Instituto de Bellas Artes otorgaba becas para asistir a lecciones literarias con prestigiosos escritores como Augusto Monterroso y la Casa del Lago en el bosque de Chapultepec (Madariaga, 2010: 21-22).      

Debido a la gran afluencia de jóvenes interesados en la poesía hubo mayor apertura de espacios para escribir y ser publicados; sin embargo, esto fue aparente, pues eran simples fugas de escape para liberar tensión generacional. Habían sucedido masacres, represiones, estigmas y estereotipos sobre la juventud, era necesario darle espacios, lugares donde denunciar y cantar lo que los poetas no decían. De ahí todo el interés del gobierno en apoyar estas actividades culturales y artísticas.

Pero, además, estos espacios se encontraban estriados, cada uno correspondía a una visión estética, una manera de concebir la cultura, la escritura y creación poética. Por un lado se encontraban Octavio Paz, a él se asociaban los poetas de alta cultura, mientras que del otro lado estaba Efraín Huerta, poeta que canta a la calle “(ascendente nacionalista, poesía de contenido social, libro como factor de transformación política)” (Cabildo: web).

Estos espacios podían ser entendidos en varios sentidos, como editoriales, de gestión y realización de eventos, entre otras actividades. Unirse a una de estas escuelas, aceptar como padre literario, mentor, a uno de estos escritores era darse posibilidades de figurar en la novel historia de la literatura mexicana que se estaba escribiendo. Ganarse la confianza del mentor significaba salir del anonimato.

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