Calidad educativa, ¿hasta dónde?

Si en verdad los gobernantes buscan mejorar la calidad de la educación, deben terminar con los chantajes de los mentores de Oaxaca y con lo que ocurre en la Dirección General del CCH.

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Si algo le urge más a los gobernantes de nuestro país es la congruencia de sus actos con sus discursos. La tan cacareada reforma educativa que buscaba elevar un poco más la pobre calidad de la educación pública, al final, terminará como el bullicio del gallinero político que anunció la postura de alguna nueva reforma de ley. No se necesita ser un profundo conocedor del sector educativo, ni un encumbrado educador, para darse cuenta de que, durante el largo proceso de formación de los estudiantes mexicanos, se enfrentan diversas corrientes pedagógicas que tratan de redireccionar, cada una a su manera, el perfil de egreso de los estudiantes.

Aunque en la educación básica se cuida mucho la vinculación de los niveles de educación preescolar-primaria y secundaria, ya en el bachillerato y la educación profesional, cada Universidad o Instituto lleva sus propios métodos acompañados de un historial de conductas que, al final, hacen de los egresados un verdadero collage cuyas capacidades quedan exhibidas dentro de un marco de conocimientos elementales o insuficientes. Basta echar un vistazo a las últimas disposiciones oficiales en donde, en las nuevas cartillas de calificación, prácticamente quedó borrada la reprobación, y de manera implícita se impuso el pase automático.

El solo hecho de acumular cierto número de asistencias, o sea, calentar banca, para recibir un título profesional, no es nuevo, lleva arraigado muchas décadas en las escuelas y facultades de la UNAM. Si en verdad los gobernantes buscan mejorar la calidad de la educación, deben entonces terminar de una vez y para siempre con los chantajes de los mentores de Oaxaca y, de manera urgente, con lo que ocurre en la Dirección General del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), en donde cotidianamente grupos de porros, estudiantes y profesores toman los planteles como medida de presión para evitar que la autoridad educativa aplique la normatividad ante la venta de droga al interior de sus planteles, como reconoció su directora Lucía Laura Muñoz Corona.

Insisto, México seguirá igual sin una verdadera reforma educativa. No basta barnizar un nivel, ni aprobar más millones al gasto educativo, necesitamos un verdadero proyecto que garantice a estas generaciones certidumbre y solidez en todos los campos de la ciencia y el desarrollo tecnológico. Se vale soñar, así comienzan las grandes transformaciones de la humanidad.

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