Calor y maravillas

La falta de árboles se ha convertido en un verdadero problema que nos incumbe a todos, pero que pocos desean asumir.

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La semana pasada recibí la visita de unos entrañables amigos de la ciudad de Minneapolis, EU, que en primavera tiene una temperatura promedio de 19°C, sumamente contrastante con los 40°C que tuvimos a lo largo de la semana.

Fue precisamente la temperatura el punto más complicado de la visita, ya que ha mantenido un incremento promedio año tras año. Hay dos razones de estos aumentos de temperatura: una, la mala planeación ambiental de la ciudad; basta observar las imágenes del satélite para percatarse que nuestra “Blanca Mérida” podría llamarse así ahora por el blanco del cemento visto desde el espacio.

La falta de árboles se ha convertido en un verdadero problema que nos incumbe a todos, pero que pocos desean asumir, ya sea de manera personal, sembrando varios árboles, cuidándolos y vigilando que crezcan, o, desde el punto de vista institucional, que quienes deben comprometerse en la lucha contra el cambio climático los protejan de manera permanente.

Para el gobierno, en todos sus órdenes, sembrar un par de árboles no es suficiente, tendrán que crear áreas protegidas dentro de la ciudad y velar por evitar que sean trasformadas o más bien consumidas para ser centros comerciales y de vivienda; es necesario revivir aquel viejo proyecto de sembrar y cuidar más de 5,000 árboles justo en medio del periférico de la ciudad de Mérida para bajar un grado la temperatura de la ciudad.

De igual manera hay que trabajar en la política de las quemas agrícolas, la segunda causa del aumento de la temperatura, cuyo proceso erosivo causa degradación de la tierra fértil.

No obstante, la alta temperatura pasó a segundo término cuando nuestros visitantes descubrieron las grandes maravillas con las que contamos, comenzando con el centro histórico y sus varias opciones de cultura, historia, diversión y claro nuestra deliciosa gastronomía. Los edificios coloniales, parques y barrios, como los de La Mejorada, San Cristóbal, San Juan, Santa Lucía y Santa Ana, fueron suficientes para que se enamoren de nuestra ciudad.

Era imposible evitar zonas arqueológicas y naturales como Uxmal, Sayil, Labná, Loltún y Dzibilchaltún, donde la majestuosidad de los edificios los dejó atónitos, imaginando todo lo que tuvo que hacer y vivir el pueblo maya para lograr tan grandes construcciones sin ayuda de las maquinarias con las que contamos hoy, así como los paisajes naturales que ahí encontraron.

El Gran Museo del Mundo Maya les permitió entender los misterios de nuestros antepasados. Para ellos fue impresionante visualizar las diferentes teorías del inicio del mundo, incluida la cosmovisión maya. Conocieron los procesos de conquista, guerra de castas, luchas sociales y nuestra gran sed de justicia social; les asombró ver y entender que el pueblo maya es un pueblo vivo y que todos los yucatecos formamos parte de él.

Al final Progreso aportó unión entre pasado y presente, entre el gran calor de la ciudad y el fresco de la brisa del mar. Tenemos mucho que aportar al mundo y una gran responsabilidad para conservarlo; el medio ambiente es uno de los elementos primordiales y es responsabilidad de todos.

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