Camisa de fuerza a “salud”

Nuestro sistema de salud se ha visto achicado en infraestructura instalada, nosocomios con equipamiento obsoleto que recuerda películas de los años 80.

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Actualmente percibo con nostalgia cómo los pacientes van perdiendo la confianza en sus médicos (institucionales). Todavía rememoro imágenes de maestros, cuya presencia contigua al enfermo lograba trascender inclusive alcanzando un nivel espiritual. Aquella conexión integral culminaba en una frase que embalsamaba y comprometía:  ¡Sólo con verlo, doctor, me curo!

La razón de este alejamiento tiene varias aristas; por un lado, nuestro sistema de salud se ha visto achicado en infraestructura instalada, nosocomios con equipamiento obsoleto que recuerda películas de los años 80, con enmendaduras riesgosas para la atención del enfermo. 

Por otro lado, mayor demanda que contrasta con la menguada oferta de especialistas en algunas áreas de la salud.

Los dos actores principales de este escenario doloroso tienen en parte razón, ya que el médico requiere de espacios físicos dignos, elementos de diagnóstico y medicamentos suficientes y específicos para devolver la salud de un paciente. Hemos alcanzado un mayor número de años por dos razones: gracias a la prevención (piedra angular de la salud) y a los avances tecno-médicos. 

Cualquier retroceso deja indefenso al galeno, que tiene que enfrentarse a demandas sin poder esgrimir la carencia real al interior de las instituciones.

En el otro extremo, los argumentos del enfermo son válidos, ya que busca oportunidad y recuperación de la salud. Ya no puede darse el lujo de estar enfermo mucho tiempo o de esperar hasta que le toque la cita con un especialista; como están las cosas, el enfermarse es una agresión al empleador y corre el riesgo de que se le investigue y en la primera oportunidad lo corran de su fuente de ingresos.

Ambos fenómenos llevan a la saturación, desgaste, impotencia, largas esperas y, de forma indivisible, al abandono transitorio con impacto “gasto bolsillo” de la atención institucional, para acudir a las instancias privadas, que, dicho sea de paso, algunas, como las “tienditas de la esquina”, dejan mucho qué desear. Baste ver cómo proliferan las farmacias-consultorios.

En conclusión, es impostergable mejorar la atención a nuestra población, y para ello se requiere voluntad y dinero. No bastan un papel y estrategias de mejora, si no van concatenados con mayores recursos. 

Hacer menos con más no quiere decir exprimir o sacrificar al personal de salud, ni tampoco caer en las fauces de las industrias médico-farmaceúticas-tecnológicas. 

Eficiencia y eficacia en la administración sólo se obtienen con experiencia, madurez e integridad. Nuestros pacientes lo demandan.

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