Candidaturas independientes

Han demostrado dos cosas: primero, que son muy difíciles de postular y segundo, que la independencia de los ciudadanos postulados es inestable.

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A partir de 2000, con la alternancia, la transición inconclusa y la subsecuente decepción ciudadana frente a los partidos políticos, la propuesta de aceptar candidaturas independientes ha venido, por un lado, cobrando popularidad entre ciudadanos, organizaciones y medios y, por el otro, produciendo temor en la clase política.

En el momento actual, esta figura es regularmente parte del debate de la reforma electoral. Sin embargo, los partidos no parecen especialmente dispuestos a correr demasiados riesgos ampliando el alcance de estas candidaturas. De entrada, vetan su acceso a la representación proporcional y procuran limitarlas a espacios locales. Por su parte, quienes desde la sociedad civil las promueven, ven en ellas una clara posibilidad de ampliar el acceso de la sociedad civil a los espacios de poder, al margen de los partidos.

Ambas partes se engañan.

Las candidaturas independientes, tras su implementación en estados como Yucatán y en otros países, han demostrado dos cosas: primero, que son muy difíciles de postular y más aún de sacar adelante, pues deben satisfacer condiciones legales y prácticas que desde un partido son superadas rutinariamente, pero que para ciudadanos aislados o pequeñas organizaciones constituyen obstáculos insalvables. Segundo, que la independencia de los ciudadanos postulados es inestable, pues ganen o pierdan tienden a vincularse a los partidos existentes, tanto por coincidencias programáticas como por necesidades prácticas.

Los partidos en realidad sí representan intereses de grandes sectores sociales que a través de ellos alcanzan la disputa política.

Pensemos, por ejemplo, en la entrada de capital privado a Pemex. Quienes están a favor, encuentran en los partidos existentes quien defiende esa posición. Otro tanto ocurre a quienes están en contra. La estabilidad en el tiempo de afinidades como ésta es el vínculo básico entre ciudadanos y partidos.

Esto no puede ocurrir con figuras individuales más que en momentos breves o en autocracias.

Tiene más sentido impulsar nuevos partidos, acaso renovar los existentes, procurando instituciones duraderas de representación, cualquiera que sea su signo, que apostar a salvadores individuales.

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