Carnaval
Ya terminó el Carnaval, pero lo que no termina son las discusiones que se iniciaron muchos años antes de que cambiara la sede a Xmatkuil.
Ya terminó el Carnaval, pero lo que no termina ni terminará, al menos a corto plazo, son las discusiones que se iniciaron muchos años antes de que cambiara la sede a Xmatkuil, cuando empezó a hablarse de su decadencia, de la pérdida de valores, de ser una enorme cantina al aire libre con su consecuente cauda de basura, deterioro del equipamiento y el ornato urbanos en el majestuoso Paseo de Montejo y las calles del Centro Histórico; y con base en esas debilidades detectadas se colocó sobre la mesa la propuesta de cambiar su sede.
Después de muchos intentos de hacer el cambio, incluyendo una votación que, aunque pareja, fue favorable a la propuesta de mantenerlo en la emblemática avenida, finalmente resultó inevitable su traslado al recinto ferial de Xmatkuil. Y entonces la discusión arreció, y se polarizó aún más. A una discusión que ya se encontraba muy contaminada de intereses económicos, ahora se agregaron los ingredientes de la discriminación de clases sociales, las pugnas políticas entre partidos y otros temas delicados.
A pesar de que mi particular pero nada importante opinión era que se llevara lo más lejos posible del Paseo de Montejo, siempre he escuchado o leído con atención y profundo respeto las opiniones que deseaban su permanencia en el antiguo derrotero. Lo que menos deseo es fertilizar las discusiones que nada bueno dejan, por el contrario, trato de encontrar coincidencias a pesar de mi subjetividad al respecto.
Y entre quienes intentan destacar el fracaso de la nueva sede, o quienes pretenden demostrar que fue un rotundo éxito, alcanzo a distinguir algunas opiniones que me parecen sensatas, desprovistas o por lo menos reducidas en sesgos de intereses, que lamentan la pérdida de muchas cosas buenas que tenían los carnavales de antes y que propiciaban esa convivencia social llena de algarabía, libre de prejuicios, de clases o de posición económica, rica en integración intergeneracional, y ¿por qué no? también con un poco de permisividad y desorden.
De modo que me encantaría ver un abandono de la discusión estéril, y que las autoridades municipales junto con un grupo representativo de quienes gustan de experimentar año tras año esta celebración trabajaran muy seriamente en restaurar lo que ellos mismos detectan que se ha perdido, en restituir los valores que la hacían más atractiva, en reducir el caos trayendo un poco de orden y control. Si lo consiguen, realmente la sede es lo de menos, puede quedarse para siempre en Xmatkuil, regresar a Montejo o la pueden llevar a la Avenida Mérida 2000, lo importante es que sea mejor cada día, que se privilegie la sana diversión por sobre cualquier otra cosa y que Mérida tenga por siempre un magnífico carnaval.
Y dispénsenme que no siga, pero, además de que ya se me acabó el espacio, ya me voy a celebrar que hoy cumplo 23 años de estar unido en matrimonio a la mujer más hermosa de este planeta, así que good bye.