Carta a Lolita (*)

Y lo que pasó entre nosotros, entre un adulto y una niña, no es menos puro que cuando Dante se enamoró de Beatriz...

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Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica.- Nabokov

Sé que han pasado muchas décadas desde la última vez que te escribí, amada Lolita. Sesenta años desde que ese insigne escritor ruso hurtara nuestra historia de amor para consignarla en una de sus novelas. Nabokov era su nombre, sí, Vladimir Nabokov. Me da gusto que en aquel lejano 1955 fuera víctima de la censura, aunque no me duró mucho la satisfacción, pues pronto habría de encontrar más y más editores interesados en nuestro innombrable idilio personal.

¿Qué ha sido de ti, querida Lo? Si contabas con 12 tiernos años en ese entonces ahora debes tener 72. Aún recuerdo cuando le hablé de ti ebrio de desamor en un oscuro pub alemán, sin imaginar que aquel discreto confidente era un escritor y filólogo renombrado, que casi retomó textualmente las palabras con las que te describí: “Era Lo, sencillamente Lo, un metro cuarenta y ocho de estatura con los pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.

Todo lo demás que escribió pertenece al terreno de la ficción. Ahora, a mis 97 años y en mi lecho de muerte, me pregunto, ¿dónde estará mi Lo? Debes ser una anciana, Dolores, pero me es imposible recordarte así. En mi mente permaneces prístina y marmórea, si acaso con algunas grietas, como ciertas estatuas, mas no por ello menos eterna.

Y lo que pasó entre nosotros, entre un adulto y una niña, no es menos puro que cuando Dante se enamoró de Beatriz a los 9 años, o cuando Petrarca se fijó en Laura a sus 17, aunque dichas musas carecían de lo que tú exudabas a través de tu vellosidad dorada, Lolita: “Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea, demoníaca); propongo llamarlas nínfulas a estas criaturas escogidas”.

Ahora que soy un viejo, en retrospectiva tal vez ese ruso nos hizo un favor, ya que era fundamental que se conociera y pusiera en tela de juicio el relato de mis sentimientos insanos por ti, mi perversa nínfula, siempre Lo, mi hechicera: “Era preciso [...] para que tú vivieras después en la mente de generaciones venideras. Pienso en bisontes y en ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita”.

(*) A propósito de los 60 años de la publicación de “Lolita” (The Olympia Press, Francia, 1955).

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