Cerrándose: la apertura humorística

En las dictaduras no existe la burla pública al poder. Y, aunque México no es una dictadura hoy día...

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El 7 de noviembre del 2015 Donald Trump fue anfitrión invitado del más poderoso programa de humor político de la televisión norteamericana: Saturday Night Live. Fiel a la tradición inicia su participación dando un monólogo burlándose de sí mismo, mientras dos actores a su derecha e izquierda lo parodian. Después de su participación calificó  al programa como “amazing” para luego decir que se divirtió mucho. Pero actualmente, más de un año después, su relación con el Saturday Night Live se ha deteriorado a tal punto que ha llegado a decir, a través de su cuenta de Twitter (obviamente): “Es tiempo de retirarlo del aire por aburrido”. Trump ha llamado a censurarlo, pues aparentemente en su visión del mundo, la libertad de expresión solamente es aceptable cuando es usada en contra de “otra” gente, pero no contra él.

Apalancada en la primera enmienda de su constitución, Estados Unidos tiene una enorme tradición de libertad de expresión. Así pues, a lo largo de cuarenta años, Saturday Night Live ha parodiado a presidentes, candidatos presidenciales  e importantes figuras políticas.

En las dictaduras no existe la burla pública al poder. Y, aunque México no es una dictadura hoy día, sea por censura o autocensura, no se parodia en televisión abierta (el medio de mayor alcance en nuestro país) al presidente, ni a los principales actores políticos. La época de mayor apertura, en este sentido, fue durante el sexenio de Vicente Fox, cuando las televisoras se sintieron en libertad de burlarse de un presidente en funciones. Así pues, Chente y Martita fueron los principales personajes del exitoso programa: El Privilegio de Mandar. Desde el sexenio de Calderón, pasando por el de Peña Nieto, este tipo de programas (y burlas tan directas) ha desaparecido.

Imagínese, en televisión nacional, a un actor parodiando la desastrosa participación de Peña Nieto en la FIL de Guadalajara; o alguna actriz burlándose de Ivonne Ortega por su irrisible propuesta de construir un tren bala de Mérida a la Riviera Maya

Reírnos de nosotros mismos puede ser catártico y, en este sentido, bajar de su nube a los poderosos, hacerlos accesibles al ciudadano común y  resaltar sus ineficiencias por medio del humor y la exageración en una democracia funcional siempre será deseable.

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