Cienfuegos, apagaincendios emergente

Michocán es un caleidoscopio de problemas, algunos reales, otros simulados, pero problemas al fin ¿será la solución un militar? Quién sabe, pero algo sí es seguro: ese estado requiere casi un Salvador y menos de Cienfuegos...

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El militar es el menos deseable de los recursos con que cuentan las naciones para enfrentar problemas que afectan a grandes capas de la población.

Los que sufren amplios sectores sociales en Michoacán, por ejemplo, son padecimientos tan diversos como el que representa la engañabobos Nueva Jerusalén, donde una pandilla de supuestos místicos tiene virtualmente secuestrados a millares de fanáticos y niega a sus niños la garantía de recibir instrucción pública, hasta los que implican el cobro de “cuotas de protección” a productores limoneros y aguacateros; las extorsiones a pequeños y medianos comerciantes; desabasto; despiadada narcoviolencia; florecimiento de inconstitucionales “policías comunitarias” y “grupos de autodefensa”; paralización de clases por un puñado (proporcionalmente hablando) de maistros que se oponen a la ley federal de educación, paralizan carreteras y a quienes se paga pese a que no trabajen; apropiación de casi un centenar de vehículos de carga y autotransporte por parte de normalistas rurales que exigen como rescate el soborno que implicaría cederles mil 200 plazas para no arriesgarse a un concurso de aptitudes y, de colofón, un interinato en el gobierno estatal que tiene convertido a Michoacán en una explosiva gelatina.

En tales circunstancias, el sábado en Morelia, el secretario de la Defensa Nacional dijo al recibir para el Ejército la presea (ni más ni menos) Generalísimo Morelos:
“Las fuerzas armadas del México moderno están llevando a cabo un proceso de reingeniería y transformación, en aras de coadyuvar en el logro de un Estado eficaz para una democracia de resultados.”

México y Michoacán, arengó, “merecen estar mejor; ningún esfuerzo será demasiado cuando se trata de preservar el clima de paz y seguridad que merecemos los mexicanos.

Esta coyuntura, que muestra grupos de delincuentes violentado la ley, impulsa al presidente de la República, Enrique Peña Nieto, nuestro comandante supremo, a instruirnos para brindar apoyo a las autoridades locales y estatales, con acciones sólidas y contundentes que protejan a la población, y le den certeza y tranquilidad...”.

El divisionario sabe bien que, para problemas como el que ha llevado a uno de sus generales a poner orden (nuevo secretario de Seguridad Pública), en esa y cualquier otra entidad hay tres soluciones: La correcta, la incorrecta y… la militar.

En casi todo el mundo la tercera opción tiene los mismos riesgos de éxito y fracaso, debido a la forja de soldados en el entrenamiento y la disciplina.

¿Cómo saldrá esta receta en el estado en que Felipe Calderón comenzó su combate a la narcoviolencia cuando empezaba su sexenio y donde lo prolongado del problema es lógico por el binomio corrupción-impunidad: mal endémico de un titipuchal de mexicanos?

Paráfrasis, paradoja o lo que sea, el divisionario Salvador Cienfuegos lleva en el nombre y primer apellido mucho de lo que hoy es un Michoacán plagado de incendios y urgido de salvación.

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