Ciudad y cultura

La Mérida tranquila se empieza a convertir en la urbe de un tamaño que en cualquier momento puede resultar inmanejable.

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En tiempos de crisis, la cultura suele florecer mucho más que en tiempos tranquilos y entrega obras diversas e inesperadas. La presión, la impotencia, el miedo, la búsqueda de salidas alternas han sido abono y fermento para grandes creaciones en la historia del arte y del pensamiento: ese todo que solemos llamar cultura. 

Hoy no cabe duda de que nuestros tiempos son críticos tanto a nivel global como en nuestras propias casas. Tal vez sea sólo una manera de mantener vivo el optimismo, pero es posible que no se rompa esa tradición que hermana crisis con florecimiento cultural y que ya vivamos, o estemos a punto de conocer floraciones culturales de gran valor. Pues estamos en primeros de enero del 2016, qué mejor que desearnos un año enriquecedor culturalmente hablando y lo más feliz que sea posible imaginar. 

Por lo pronto, el inicio de año se presenta promisorio en cuanto trae una noticia largamente esperada a nivel nacional como es la creación de una Secretaría de Cultura. Ojalá sea posible desligarla de la SEP no sólo en el organigrama, porque dejar atrás los vicios burocráticos y las prebendas sindicales sería el mejor regalo para los creadores de cultura y para el pueblo que tanto la necesita. 

También es promisorio, a nivel local, que Mérida haya vuelto a ser elegida capital cultural americana. Es una magnífica noticia, y el que se haya dado a conocer precisamente durante las celebraciones del aniversario de la ciudad resulta doblemente satisfactorio.

Me atrevo a decir que es un momento definitivo para Mérida. La ciudad tranquila se empieza a convertir en la urbe de un tamaño que en cualquier momento puede resultar inmanejable. La cultura entendida como creación artística necesita ampliar su oferta y llegar a sitios cada vez más remotos, y la cultura entendida como una forma de vida necesita también replantear la urbanidad y exigir mucho para detener una detonación sin remedio.

Es preciso rescatar el Centro Histórico, contener la especulación urbanística e impedir que el sur y otras zonas conurbadas acaben por volverse irrecuperables villas miseria para que la capitalidad cultural tenga realmente sentido y no se convierta en una frase hueca o en un atractivo para los guías de turistas.

Mérida debe ser una gran ciudad no sólo por tamaño sino por el contenido cultural que la distinga.

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