Ciudadanos incrédulos

Las reformas del presidente Peña no van a tener los resultados sociales y económicos deseados. No van a contribuir a paliar la honda desigualdad, ni a abatir la miseria.

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Me parece que las reformas del presidente Peña no van a tener los resultados sociales y económicos deseados. No van a contribuir a paliar la honda desigualdad, ni a abatir la miseria. No estoy de acuerdo con su proyecto; sin embargo no me puedo llamar a engaño. Su política económica es la que ofreció a lo largo de su campaña y defendió como candidato del PRI.

Corresponde al modelo que su partido instauró en 1982, y que tuvo continuidad en los gobiernos de Fox y Calderón. Peña gobierna porque ganó las elecciones, aunque muchos mexicanos, tal vez la mayoría, no estemos de acuerdo con su programa económico.

Y éste es el gran problema funcional del sistema político mexicano: se ganan las elecciones sin el apoyo de una mayoría social. El amplio escepticismo público frente al desempeño de los últimos cinco presidentes es algo que, más allá de los errores propios, cristalizó en lo fundamental el día de su elección. Es así porque sus propuestas de gobierno y los candidatos mismos fueron activamente rechazados por una mayoría de electores, bien que divididos en varias opciones partidistas con menos votos que el ganador. El grueso de estos opositores, además, se encuentra permanentemente inconforme, y no halla razones en el imperio de la pobreza, la violencia y la impunidad para confiar en un futuro que nunca llega. Quedan así obligadamente fuera de cualquier consenso político. Ningún arreglo es aceptable para aquel cuyos hijos no van a comer hoy.

Necesitamos instituciones políticas fundadas en consensos sociales muy amplios, y por tanto sensibles a las urgencias humanas mayoritarias. Es básico desechar este sistema electoral obsoleto, diseñado para un partido de Estado e incapaz de lograr gobiernos mayoritarios en un país plural. Esto sí sería posible en un régimen parlamentario, donde no sólo los gobernantes gozaran de respaldo social, sino los electores asumieran plenamente su papel en la constitución de las autoridades. Porque en democracia, lo que hace el gobierno es responsabilidad de quienes lo votan. Para eso, son indispensables ciudadanos conscientes; indispuestos a creer en fantasías, populistas y de las otras, porque, como ya dijo el clásico, Homero Simpson: “Para que haya una mentira tiene que haber dos: uno que la diga y otro que la crea”.

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