Los códigos de la incertidumbre

El sacudón de la tierra me recuerda cuán devastadores son los terremotos interiores, los huracanes nacidos en el pensamiento. Sonrío, es maravilloso estar vivos, sabernos sobrevivientes.

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Hace unos años leí un ensayo de Juan Villoro. Empezaba hablando del uso de las pijamas. De inicio me sonó banal, pero, al continuar la lectura, descubrí que el ensayo hablaba del terremoto que devastó Chile el 27 de febrero de 2010. La referencia de la ropa venía porque, al sentir el temblor, la gente salió corriendo con su ropa de dormir. Desde febrero vivo en la Ciudad de México por motivos laborales. Una noche, me despertó la alarma sísmica, salí corriendo a la calle. Los vecinos-algunos con bebés en brazos- llevaban prendas de dormir o sábanas para cubrirse. Yo llevaba una bata, alcancé a ponerme una toalla en los hombros. Fue inevitable pensar en Villoro, en su palabra precisa que hoy era real. La alarma sísmica puede ser motivo de broma para los que no hemos vivido la tragedia en toda su negrura, pero, para los que han estado en medio de la destrucción y el olor a muerte, la alarma sísmica no sólo remueve la tierra, también sus recuerdos, como los externó un taxista al día siguiente al hablar del temblor del 85: 

“Dejó una cicatriz muy fuerte para México, un amigo mío se quedó sin nadie, su abuelita, sus papás, sus hermanos se quedaron en Tlatelolco, ya para salir  del edificio, se cayó y ahí quedaron todos. Ese es un golpe fuerte; de la noche a la mañana quedarte sin papá, sin mamá sin hermanos. Yo me fui de voluntario al hospital, llegaba en la mañana y me regresaba a las diez de la noche.  No había tiempo para deprimirse, me movía el dolor de la gente. Nos echábamos nuestro coco wash.

Acuérdate que venimos a ayudar. Si alguien de nosotros estuviera ahí, querríamos que alguien estuviera ayudándonos. Los rescatistas se metían bajo los escombras, el pulgar arriba significaba que habían encontrado gente viva, el pulgar abajo significaba que había muertos. Hubo gente que resistió muchísimo, hubo una señora que la sacaron a los 3 días con su bebé en brazos, los 2 sobrevivieron. Ustedes en Mérida no tienen temblores, ¿verdad?”. Le respondo que no, pero tenemos huracanes que nos llenan de incertidumbre. 

Vivir en un lugar distinto al que nacemos también puede significar morir en él. Bajo del taxi, me lleno los ojos de esta ciudad que me ha dado tanto, el sacudón de la tierra me recuerda cuán devastadores son los terremotos interiores, los huracanes nacidos en el pensamiento. Sonrío, es maravilloso estar vivos, sabernos sobrevivientes -de los terremotos y huracanes internos o externos-, caminar una calle cualquiera, bajo el cielo entero de la ciudad que nos cobija.

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