Quizá ésta es una de las razones por las que en Yucatán existe cierto miedo o desconfianza hacia el extranjero. No somos ese pueblo cálido y acogedor que la publicidad turística lanza hacia los visitantes de otros estados o países. Incluso poco a poco aprendimos a proteger drásticamente nuestras costumbres y tradiciones, cuestión no siempre tan positiva como parece.

Y aunque es ilógico hablar de una “xenofobia yucateca”, marca con la cual algunos quieren estereotipar a quienes nacemos en esta tierra (además resulta una contradicción, ya que crear estereotipos hacia un pueblo es discriminar), sí me parece necesario hablar de la xenofobia, no como una característica regional sino como un problema social latente.

Desde hace días, en el noreste del Estado se formó una campaña para expulsar foráneos. El problema comienza cuando un grupo de asaltantes, presuntamente originarios de Campeche, roban y golpean brutalmente a un comerciante de Dzilam González.

Inmediatamente la gente del pueblo se reúne para exigir al presidente municipal que expulse a todos los pescadores de otros estados que llegaron a capturar pepino de mar. No averiguan quién es delincuente o quién verdaderamente llegó a trabajar, barren parejo: “Saquen a los foráneos”, “no queremos gente extraña”, son algunas de las exigencias de un pueblo cansado de la inseguridad y violencia, a las cuales las autoridades no responden y se limitan a culpar a la gente de fuera.

A estas protestas se ha unido la gente de Dzilam de Bravo, Temax, Dzidzantún, y no dudo que próximamente las poblaciones cercanas adopten esta postura, lo cual formaría un ambiente realmente violento, donde justos paguen por pecadores. Lo hemos visto en otras partes, recuerden a los linchados inocentes de Puebla... ¿Hasta dónde es válido decidir quién sí y quién no entra en “nuestra” tierra?