¿Con chilito?
Me topé con el chicharronero, o palomitero, como quieras llamarle...
Si el orgullo tuviera forma física visible, juraría que es exactamente lo que vi salir de los ojos y el pecho de aquel señor esa tarde en la Plaza Grande. Había salido a realizar prácticas relacionadas con un curso de fotografía, y nos habían pedido escoger un tema. Elegí los oficios, esas diversas ocupaciones que las personas realizan diariamente para ganarse la vida y que precisamente, en el espacio público más emblemático de nuestra ciudad, encuentran el ambiente propicio para desarrollarse.
Algunas veces cuando tomo fotografías, me gusta conversar un poco con las personas, no sólo para obtener su autorización, sino para conocer la historia que hay detrás, pienso que las imágenes tienen que contarte una historia, aunque para ello no se utilicen palabras. Después de “capturar” a los voceadores de revistas y periódicos, meseros de los restaurantes y cafés de los alrededores, los oficiales de policía que custodian el Palacio de Gobierno, barrenderos, boleadores de zapatos y muchos otros, me topé con el chicharronero, o palomitero, como quieras llamarle.
Cuando terminó de asentar trabajosamente en el suelo su rebosante canasta de alambres tejidos a mano, repleta de frituras de harina y maíz reventado, me dijo sonriente al mismo tiempo que apuntaba a las incontables bolsitas: “De aquí he sacado para crecer a mis hijos, son tres, todos profesionistas. Y ahora que lo he conseguido, a una de mis hijas, la contadora, la dejó su marido y pues, ¿qué más?, aquí sigo chambeando para crecer a mis nietos, que estudien y sean alguien en la vida”.
Esta misma historia la he visto repetirse en diferentes circunstancias, con distintos actores, en diferentes escenarios, pero el fondo es el mismo: una inmensa mayoría de los padres de familia, sin distinguir estrato social, nivel de ingreso, raza o religión, estamos de acuerdo en que una buena educación es la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos y nietos.
Quizá por eso una de las primeras grandes reformas que impulsó el presidente Enrique Peña Nieto fue la reforma educativa, una ambiciosa reforma que perseguía tres objetivos concretos: Incrementar la calidad de la educación básica, aumentar tanto la matrícula como la calidad de la educación media superior y superior, y recuperar la rectoría del Estado en el sistema educativo nacional.
Uno de los elementos contenidos en esta reforma que mayor rechazo generó fue el de las evaluaciones a los maestros, descontento que no se atendió con la suficiente astucia política ni con un verdadero interés de solucionarlo, y que además se agravó al reprimir violentamente algunas manifestaciones en contra que se generaron en 4 de los estados más pobres a mediados de este año.
Si esta reforma llega a fracasar, no será un fracaso únicamente del presidente Peña, será un fracaso de padres, maestros, funcionarios y políticos, de todos los mexicanos, será el gran fracaso de México.
¿Le pongo chilito a sus palomitas, joven?