Confesiones de Romina

“Mi vida, aquí en Cancún, hasta los 8 años de edad fue muy bonita..."

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“Mi vida, aquí en Cancún, hasta los 8 años de edad fue muy bonita, llena de alegría y estabilidad, en compañía de mis padres, ya que todo lo que deseaba me era concedido en abundancia y con suma facilidad. Mis caprichos y berrinches me eran tolerados con muestras de fingida alegría y en múltiples ocasiones hasta festejados por mis tutores. Sabía que era hija única y esta condición la aprovechaba en mi beneficio. Sin embargo mi situación paulatinamente fue cambiando, mis padres comenzaron a discutir con mayor frecuencia. Papá bebía demasiado y mamá, antes amorosa y comprensiva, se volvió histérica y neurótica”. Este es el relato de una joven quintanarroense, que narra el veredicto, de una parte de su vida, que la arrastró a la encrucijada de la muerte, por la fuerte adicción al alcohol, primero y otras drogas más intensas, después. 

Romina, accede a platicar su historial  con este colaborador, para que algunas jóvenes, en situaciones similares, rectifiquen su vida, equilibrándola a niveles de paz y amor. Prosigue su conversación con la intensidad de la tristeza reflejada en su rostro aún joven, a pesar del infortunio que le ha reflejado su destino: “Mi hogar se convirtió en un infierno, comenzaron a sentirse golpes, gritos, infidelidades y humillaciones. Hasta que un día mi padre se fue de la casa; después me enteré que tenía otra esposa con otros hijos. Mi mamá cayó en severas depresiones y un intenso alcoholismo que la llevaba a frecuentar bares y antros de mala muerte y luego comenzó a tener amigos muy cercanos, a disque divertirse, según ella, para recuperar el tiempo perdido con mi padre. 

“Me comencé a sentir constantemente triste, aturdida, confusa y extraviada. Asistía a la escuela sólo por no estar en casa, pero no entraba a clases. Comencé a reprobar materias y luego semestres completos. A pesar de ser de complexión delgada, empecé a verme gorda. A sentir que nadie me aceptaba. Comencé a hacer dietas rigurosas y luego de comer me provocaba el vómito. El amor que me retiraron mis padres lo busqué en brazos de cualquier muchacho que me demostrara afecto, que me dijera cosas bonitas al oído o que me hiciera sentir importante. Sólo eso bastaba para que en unos cuantos días terminara con él en la cama de cualquier hotelucho. En ocasiones había relaciones un poco más formales, salía a tomar un café, a comer o al cine pero al final siempre sucedía lo mismo, terminaba teniendo relaciones sexuales. En una ocasión resulté embarazada y sin saber quién era el verdadero padre, aborté en el baño de mi propia casa. Esto me provocó una terrible hemorragia, que me llevó a un hospital de urgencias. Salí de ahí con una gran depresión y una enorme culpabilidad. 

Sentía que había cometido un asesinato: ¡había matado a mi propio hijo! Estaba abatida, frustrada y humillada, soportando los reproches de mi madre. Como si ella me hubiera dado un buen ejemplo, cuando nunca se enteró que varios de sus amantes y hasta mis propios tíos abusaron de mí.

“Fue hasta que recibí ayuda por una organización femenil que me enseñó la luz. Ese grupo se llama Al-Annon (mujeres en alcohólicos anónimos), ahí conocí a quien hoy es mi esposo, tenemos tres niños y yo prosigo enviando el mensaje a quienes lo requieren. Hoy mi vida es tranquila, correcta y equilibrada. Gozo todos los días plenamente con quienes me rodean y el pasado es un tiempo que ya pasó. Mis padres ya fallecieron y de vez en vez voy al panteón a llevarles flores y a dialogar con ellos en esta nueva vida que el creador me otorgó. Cancún para mi es más bello que antes porque ahora sí lo disfruto. Mis amistades son seres nuevos con ansias de vivir y en tanto escucho sus experiencias me veo reflejada en ello. Mis confesiones son mensajes que les sirven a otros, por ello diariamente asisto a mis sesiones para trasmitir mis experiencias. El hoyo negro del que logré escapar sólo por una criatura poderosa que es Dios”.

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