Confiar o desconfiar

Es verdad que el mal existe y que en la vida todos hemos sufrido algún desengaño.

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Hace años tuve la oportunidad de leer una historia narrada por José Luis Martín Descalzo: la historia de la viuda de un militar que, anciana y sin hijos, vivía completamente sola en un pequeño edificio de departamentos; una exigua pensión de un poco más de 5,000 pesetas era su única manera de sobrevivir. 

Un día al recibir su pago mensual le entregaron un billete de 5,000 pesetas y un par de billetes menores; se sintió emocionada por tener un billete así entre las manos y al mismo tiempo la preocupación le invadía, un escalofrío recorrió su cuerpo ante la sola idea de perderlo.

Temprano por la mañana se dirigió a la iglesia a su misa matutina, al ir a comprar a la tienda, con espanto se percató de que, a pesar de todas sus precauciones, el billete no aparecía, revisó varias veces su cartera, recorrió de ida y vuelta el camino hacia su casa y nada, el billete nunca apareció; ese día comió de lo que le quedaba en casa y se atormentaba tratando de imaginar dónde podía haber quedado el billete.

Al día siguiente acudió de nuevo a misa tratando de encontrar paz para su alma, por más que lo intentaba no lograba dilucidar qué había sucedido con el billete; casi sin esperanza puso una nota en el ascensor pidiendo que si alguien había encontrado un billete de 5,000 pesetas se lo devolviera. 

Al iniciar la misa recordó haber visto a otra viuda que vivía en el edificio con un bolso nuevo; con amargura concluyó que en eso había sido invertido su billete. Unos minutos después recordó que para no variar el día anterior las dos muchachas que ocupaban el departamento de arriba habían tenido una gran fiesta, sin duda su billete se había usado para ello.

Ya avanzada la misa recordó la mirada de burla que esa mañana le había dirigido el carnicero que vivía en su piso y entendió que aun sabiendo que era de ella lo había utilizado en quién sabe Dios qué vicio. Ya para el final de la misa, el que seguramente se había apropiado de su billete era don Felipe, ese que decían que vivía con una mujer que no era la suya.

Al salir de misa tropezó y se le cayó el misal del que salieron un par de estampas y un reluciente y nuevo billete de 5,000 pesetas, con gran alivio y felicidad se dirigió a su casa y cuando se encontraba a punto de salir de compras alguien llamó a su puerta: su vecina viuda había encontrado el billete de 5,000 pesetas y se lo llevaba a devolver.

Casi de inmediato y sin salir de su sorpresa, las dos muchachas que tantas fiestas le habían recetado por la noche llegaron para entregarle un billete de 5,000 que aseguraron habían encontrado en la escalera; también llegó el carnicero ¡qué cosa tan rara! No había encontrado un billete de 5,000 pero sí cinco billetes de a mil enrollados en un paquetito; después subió don Felipe para decirle que a la entrada del jardín había encontrado un billete de 5,000. Subieron después varios vecinos más con sus respectivos billetes de 5,000 y vio que la gente es buena y el mundo maravilloso y era ella quien lo veía mal con su desconfianza.

Y es que muchos de nosotros vamos por el mundo firmemente convencidos de que no se puede creer en nadie, que la gente es mala, que nadie merece confianza y así vamos construyéndonos un mundo árido en el que la regla es no creer en el otro; se nos olvida que el mundo no es como es sino como nuestros ojos quieren verlo. Si somos tenaces en encontrar razones para no confiar las construiremos en suficiente cantidad  para ser unos incrédulos empedernidos, si, por el contrario, aprendemos a confiar en la bondad humana acabaremos encontrándola.

Nos negamos  a ver que en este mundo hay más bondad que maldad y más razones para confiar en el ser humano que para desconfiar; cerramos los ojos ante la abundancia del bien y clavamos firmemente la mirada en las obras del mal, en las traiciones, en la violencia, agresividad y negatividad; el trabajo del bien y la bondad que siempre se dan en la calma y el silencio palidece ante el ruido generado por el mal, ante los micrófonos abiertos en todos lados al escándalo, ante los reflectores dirigidos a las más aberrantes conductas del ser humano.

Es verdad que el mal existe y que en la vida todos hemos sufrido algún desengaño, alguna traición, pero cerrar los ojos ante la abundancia del bien no es la solución; nos equivocaremos y seremos maltratados, pero siempre valdrá más el equivocarse algunas veces al confiar en el otro  que vivir con el alma encerrada y la esperanza cancelada por la desconfianza.

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