El universo actual de los Derechos Humanos ha costado muchas luchas, sacrificios e, incluso, vidas para poder romper viejos paradigmas en comunidades, pueblos y naciones. Basta echar un rápido vistazo a la historia: nuestra Independencia, en busca de la libertad como nación, la Revolución Social Mexicana, para conseguir y cimentar nuestros derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. En el mundo: dos guerras que dejaron a la humanidad convulsa, aterrada ante los horrores vividos en esas y otras conflagraciones perpetradas por el hombre contra el hombre mismo. Tanto terror devino en algo positivo, como la integración de la Organización de las Naciones Unidas para establecer a nivel universal una nueva toma de conciencia sobre el modo de comprender los Derechos Humanos, dando origen a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, fundamento de la dignidad de la persona humana, basada en la libertad, la justicia, la tolerancia y la paz entre todos los seres humanos.

El Estado, con las reformas de 2011, reconoce y se compromete constitucionalmente con las obligaciones de respetar, proteger, promover y garantizar las prerrogativas humanas.

Ante este avance en la lucha por la consecución del respeto a la dignidad humana, nuestra sociedad tiene que ser cada vez más participativa, más vigilante pero, indudablemente, más corresponsable. 

Exijamos a las autoridades el cumplimiento de sus obligaciones constitucionales, pero asumamos nuestras propias responsabilidades que como sociedad también tenemos con nosotros mismos y con los demás. Es tarea de todos hacer de la Declaración Universal de los Derechos Humanos una guía auténtica del actuar  y del pensar tanto público como privado, para alcanzar la meta de ser una mejor sociedad, para un mejor país.