Es un diálogo maravilloso en TV: un productor de metanfetaminas le pregunta a otro si no se siente culpable por el mal que hace a tanta gente. Cito de memoria y de seguro lo aderezo: “Creo en la libertad de los adultos para consumir cualquier cosa que les produzca placer. Yo les garantizo un producto de primera calidad, hecho con alta tecnología y sin adulteraciones que suelen ser peores que la droga misma…   Hago la mejor metanfetamina y la más pura. Eso vendo con garantía de pureza absoluta…”.

La serie es una delicia: Tarantino y los hermanos Coen juntos: Breaking Bad: un químico de enorme capacidad subempleado en una high school recibe la noticia de que tiene cáncer de pulmón y meses de vida. Tiene un hijo adolescente con parálisis cerebral que no lo incapacita para seguir una carrera universitaria: lo dejará incapacitado la muerte prematura de su padre y la falta de un seguro para sus estudios; una esposa embarazada que quizá deba parir en el pasto. Se pone a fabricar un muy buen producto, con alta calidad y sin adulteraciones. Yo haría lo mismo. ¿Dónde firmo?

El Ejército y la Marina debieron tomar el puerto michoacano de Lázaro Cárdenas para detener la entrada de precursores químicos de esa droga sintética. Droga que, comparada con la mariguana, es como mala cerveza ante un buen tequila.

El horror cotidiano de Michoacán y Tamaulipas no lo producen los adictos. Viene de la guerra por territorios disputados entre los vendedores acosados por las fuerzas armadas. Compran las policías locales y tanto Ejército como Marina corren el riesgo de corromperse ante fortunas inmensas.

¿Qué pasa si los precursores químicos entran por la aduana, pagan aranceles y van a laboratorios que cumplen las normas de producción porque no son clandestinos, ni hay tres inexpertos con un libro de química?