De curas y quinceañeras

Intentar arrancarle las pestañas a un adolescente -sean postizas o no- me parece una agresión tremenda, más si es pública y sucede en un evento en el que debe celebrar su vida.

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Circula en las redes el video de un cura maltratando a una quinceañera, en pocas horas, dicho video se volvió viral y causó indignación, al grado de pedir amonestaciones para el agresor. Me acordé de otro incidente vivido en la adolescencia: la quinceañera se hinca en el altar, el cura mira su vestido strapless, susurra algo al oído del acólito, éste sale unos momentos y regresa con un periódico que el cura usa para cubrir los hombros de la quinceañera, ella rompe a llorar, el rímel mancha de negro sus ojos y lágrimas negras escurren por su rostro, ante el desconcierto de los asistentes y la prepotencia de un cura que sabe que no será cuestionado al respecto.  

Personalmente no me gustan las fiestas de XV años, quizá porque la mala economía familiar, levantada al hombro por mi madre, no permitía fiestas de cumpleaños para ninguno de sus cinco hijos.  Honestamente  agradezco no haber tenido fiesta a los XV, en mis juventudes surgieron modas tremendas en esas fiestas, largos y exóticos números coreográficos que dejaban buenos dividendos a los “maestros” de vals pero que en muchas ocasiones exhibían las pocas cualidades para la danza de las quinceañeras. Ahora que mi sobrina (que en realidad es mi hija por  designios del destino) llegó a los XV, le pregunté qué quería para celebrar su cumpleaños, ella pidió una reunión con sus amigas.

Confieso que me llené de alivio porque no sé organizar una fiesta de XV años y porque, si me hubiera tocado ver que un cura maltrate a una joven -sea de mi familia o no-, honestamente no se cómo hubiera reaccionado. Yo no sé si los XV años es la edad de las ilusiones, lo que sí sé es que la adolescencia es una etapa compleja, que cubre de fragilidad a quien la vive. 

Intentar arrancarle las pestañas a un adolescente -sean postizas o no- me parece una agresión tremenda, más si es pública y  sucede en un evento en el que debe celebrar su vida. Afortunadamente corren otros tiempos, en los que cualquier actitud violenta puede ser puesta en tela de juicio públicamente y tenemos que pensar bien antes de cometer imprudencias que se replicarán muchas veces.

Entiendo la indignación de los padres de familia, quiero entender el enojo del cura y ahí sí, no entiendo cómo hablar de Dios ridiculizando a una joven, golpeando su mejilla y jalándole las pestañas. Espero que la adolescente olvide pronto el incidente, o mejor no, que lo conserve como un recordatorio vital: Nadie tiene por qué ridiculizar a una mujer en ningún momento de su vida.

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