De 20 centavos

Fuimos afortunados de vivir en esa ciudad de tu memoria y que disfrutamos a plenitud, pero ya pasó y lo de hoy no es malo, sólo diferente.

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Para Jéssica: gracias por venir a mirar estas líneas

Te voy a contar algo viejo, a ver si así se te quita lo gruñón y amargado, aunque sea por un rato, le dije al cascarrabias la otra tarde que fui a verlo para cerciorarme de que las lluvias de la depresión tropical No. 9 no hubieran dañado la endeble casucha en la que se enterca en vivir:

Me encontré con una joven –guapa e inteligente- que me dijo: “Ese señor del que siempre hablas en tus escritos me cae muy bien. Me encantan las cosas que dice.  Me traen a la memoria recuerdos del pasado que no viví pero que conozco por relatos de gente grande. Me gustaría hacerle una pregunta : ¿Por qué se queja tanto si vivió cosas tan lindas en una ciudad que, según deduzco de lo que cuenta, era encantadora? Debería estar agradecido con la vida. Díselo de mi parte”.

Y ahora que te veo te lo digo, para que no te andes quejando de todo y de todos. Creo que tiene razón esa niña: fuimos afortunados de vivir en esa ciudad que habita en tu memoria y que disfrutamos a  plenitud, pero eso ya pasó y lo que existe hoy no es malo, sólo es diferente.

Ja, ta bien, si tú lo dices, me respondió.  ¿Qué tiene de bueno que estés caminando en el centro, bogando agua y tratando de no caer en una de esas resbalosas aceras nuevas y que venga como loco un camionero y te bañe hasta la cabeza con el agua lodosa? Tú sabes muy bien que eso no pasaba antes, primero porque las calles no se encharcaban como ahora y segundo porque los choferes y los pocos automovilistas que había  eran respetuosos y no corrían como si fueran por herencia.

Y siguió: ¿Recuerdas  cuando te subías al camión –que costaba veinte centavos (de aquellos de cobre, grandotes, con el gorro frigio en el reverso) que tú mismo echabas en una alcancía- y lo primero que hacía el camionero era saludarte? ¿O cuando tu mamá –y la mía también- iba al mercado y cuando regresaba con su sabucán lleno de mercancía el chofer la bajaba en la puerta de su casa? ¿Y si de casualidad o por descuido algún vehículo salpicaba al viandante no tardaba su guiador en ofrecerle disculpas?

El viejo ya estaba encarrilado en sus recordaciones y lamentos y pensé:¿Para qué hablé? Ahora voy a tener que aguantar sus peroratas y quejumbres. En una pausa que hizo le insistí: ¿Qué le digo a esa joven admiradora tuya? La verdad no quise traerla a que te conozca porque no quiero que le hagas una grosería o que te arranques a llorar como Jeremías ante ella. A veces aburres.

Dile que gracias, me respondió, que qué bueno que haya jóvenes interesados en conocer el pasado de las personas y la ciudad, pero nomás digo lo que viví, lo que pienso y lo que me duele. Y tú deja de estar escribiendo las cosas que te cuento. Un día me vas a meter en un lío con alguien porque a veces me voy de la lengua y no quiero que me manden a golpear o, peor, que me maten. Eres muy chismoso Custodio, voy a tener que cuidarme más. Estoy convencido que ya no tengo cabida en este mundo. Para mí, tiene razón el Kempis: Sic transit gloria mundi...

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