De autores y autorías

Un 'dramaturg' es aquel encargado por el director de escena para aclarar o recortar una obra teatral ajena (mayormente clásica) hasta adaptarla a las necesidades de quien la dirige.

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La palabra alemana “dramaturg” entró al lenguaje teatral mexicano no hace mucho tiempo. Pero su traducción inmediata como “dramaturgo” no es correcta. Un “dramaturg” es aquel encargado por el director de escena para aclarar o recortar una obra teatral ajena (mayormente clásica) hasta adaptarla a las necesidades de quien la dirige. 

En nuestro idioma, dramaturgo es el autor y a quien ejecuta las funciones que enumeré se le llama con el neologismo “dramaturgista”, o simplemente se pone a su nombre la dramaturgia de una obra, tras especificar con claridad quién es su autor. Es incorrecto, por lo tanto, decir de una obra original que es dramaturgia de su autor.

Hablo de esto porque suele leerse cada vez más en programas y anuncios que una obra es dramaturgia de su autor. “Otelo” no es dramaturgia de Shakespeare, es de Shakespeare. Si para su montaje, Alguien modificó en algo el texto shakesperiano, debe asentarse la dramaturgia de ese Alguien: “Otelo” de William Shakespeare, dramaturgia de Alguien. 

El Diccionario de la RAE define al dramaturgista como persona dedicada a la “concepción escénica para la representación de un texto dramático”. Cuando es el mismo director suele echarse mano del concepto francés de “mise en scène” y al director se le da crédito por la “puesta en escena”.

Vale la pena detenerse en estas aparentes minucias porque cada vez más se equivocan los términos en demérito del autor.

Pongo un ejemplo al azar: en el Ficmaya se montó la obra “Hipatia de Alejandría” de Xhaíl Espadas, puesta en escena de Alejandra Argoytia. Sin embargo, el programa de mano nos dice que la obra es dramaturgia de Xhaíl Espadas y la dirección es de Alejandra Argoytia.

Va otro ejemplo más grave. En el programa de mano de “Dibujar con el dedo un ala herida”, en el mismo Festival, no se da crédito al autor ni al director que es en ambos casos nada menos que Francisco Marín. Tal vez porque los diseñadores se creen aquello de que una imagen vale por mil palabras y hay que ahorrar espacio. 

Creo que son ejemplos de espléndidas obras cuya autoría debe aplaudirse y que ojalá podamos leer publicadas. El tratamiento de la intolerancia en ambos casos las hace vibrar especialmente en la hora actual.

Dicho sea de paso: la verdad es que la palabra vale por mil imágenes. Y como ejemplo está la palabra “mil”.

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