De ibes y Borbones

Lo cierto es que para el momento del grito, España libraba su guerra de independencia contra la ocupación de Napoleón I.

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Menciona Martiniano Alcocer, en su artículo Independencia, palabra ignorada publicado el sábado pasado en Milenio Novedades, que la noche del grito, el cura don Miguel Hidalgo y Costilla arengó al restablecimiento de la corona y el regreso al trono de Fernando VII. De este mítico grito existen muchas versiones, pero todas coinciden en que contenía los vivas a la Virgen de Guadalupe y al rey.  La más aceptada es la del obispo Abad y Queipo: “¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”

Lo cierto es que para el momento del grito, España libraba su guerra de independencia contra la ocupación de Napoleón I, quien había impuesto como rey a su hermano José, apodado Pepe Botella por su supuesta afición al trago. España conmemoró en 2008 el bicentenario de su independencia, iniciada con la sangrienta insurrección de Madrid del 2 de mayo de 1808 y que se prolongó hasta finales de 1813. La inmortal serie de grabados de Goya Los desastres de la guerra retrata estos eventos. El levantamiento de 1810 en Nueva España era, en cierta forma, parte de la lucha contra los franceses, contra quienes paradójicamente años después pelearíamos también nuestra segunda guerra de independencia, encabezada por Don Benito Juárez, segundo padre de la patria, o tercero, si admitimos al defenestrado emperador Iturbide como segundo.

De regreso al trono Fernando VII, quien había participado en la conjura francesa contra su propio padre Carlos IV, el llamado príncipe felón apretaría las tuercas del absolutismo y, entonces sí, nos lanzaríamos a la lucha de independencia contra la misma España.

Nuestro gran bardo de Itzimná, Max Salazar I, el poeta del crucero, aunque le pese al mundo entero, rey de frases ocurrentes y de la rima forzada que hasta mezclaba el  español con el inglés (“Los toros de Palomeque / no sirven ni pa´ bisteque. / Los toros de Sinkeuel, verywell”) soñó siempre con viajar a la Ciudad de México, meca de los intelectuales yucatecos de entonces, lo que al fin pudo hacer incluyendo una visita a “El caballito”, la estatua ecuestre de Carlos IV, hoy trasladada a la plaza Tolsá y sustituida en su antiguo sitio de Reforma por “El caballote” geométrico de Sebastian. Se tomó la foto al pie del continuador de las reformas borbónicas y compuso unos versitos que iniciaban con la frase “bajo la estatua de Carlos Iv…”, pronunciado así, como el singular de ibes, nuestros yucatecos frijoles. La anécdota es importante porque nos da oportunidad a los yucatecos para referirnos a las reformas de los Borbones, también como las reformas de los Ibes y la posibilidad de recrear uno de los platillos onomásticos de la independencia, el pozole, sustituyendo el maíz por ibes y los chiles rojos por habanero. Así le daremos mayor pertenencia al grito: ¡Viva México! ¡Viva Yucatán! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! apartando un rinconcito para ese antihéroe nuestro de abolengo monárquico, don Max Salazar I.

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