De la primera a todas las demás

En la adolescencia conoció muchas más. La mayoría inalcanzables, pensaba.

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La primera mujer que le gustó tenía cinco años. Él también tenía cinco años. Estaba en el kinder de Satélite y ella asistía al otro salón. Y digo gustó porque fue lo único que sucedió. 

Le gustó porque sí.  Nunca entró en aspectos de ojos, bucles, expresión de ángel, ni otros tantos detalles que mencionan algunos autores cuando mintiéndose a sí mismos, inventan fantasías buscando impresionar al lector para parecer muy ocurrente y sensitivo.

La segunda mujer que le gustó tenía once años. Estudiaba secundaria en Cuernavaca. A sus trece, aquellos gestos,  la sonrisa y esas manos que mecían el viento mientras platicaban atrajeron especialmente su atención. No recuerda haber sentido cosquillas en la entrepierna ni el corazón agitado. Tampoco haber babeado cuando estaba frente a ella o sentidi el arrebato de estrecharla con las manos. Simplemente le gustó por ser ella; y mucho.

En la adolescencia conoció muchas más. La mayoría inalcanzables, pensaba. No obstante supo que aunque no fueran para sí, el hecho de verlas, platicar, compartir apuntes y confidencias bastaba para ser un observante convencido de aquel su fuerte gusto.

Aquella manera de ser, reafirmó internamente que lo más conveniente que podía hacer en la vida era mantener los ojos bien abiertos para observar a las personas del sexo opuesto que le encantaran, haciéndose la promesa de voltear a verlas siempre y cuando tuviera oportunidad.

Después ha gustado de veinte, treinta y tres, cuarenta, cincuenta y dos y sesenta y un años. Gracias a eso puede compartir con buenas amigas la oportunidad de momentos inolvidables escuchando sus comentarios. Continúa atraído por mujeres de todas las edades por el amable recuerdo que tiene de ellas.

Y así, adentrado en la experiencia del que gusta de la mujer por su esencia propia, ahora, a sus sesenta y tantos le revientan los estúpidos comentarios que alcanza a oír cuando mira a una jovencita: “Mira ese viejo libidinoso, cómo ve a aquella chiquilla. Debería darle vergüenza a sus años”. 

Pero con el entendimiento de la experiencia positiva del que sabe guardar su distancia, se dice a sí mismo lo pendejas que se pueden volver las personas que juzgan a los demás sin razón, cuando ellas, incapaces, no recuerdan o han olvidado cuándo y quién fue la primera persona que les gustó. Vaya biem.

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