De que lloren en mi casa, mejor que lloren en la de ellos

El doctor Román Gómez acababa de salir libre bajo reservas después de matar a dos de sus extorsionadores que fueron a intimidarlo.

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Román estaba cansado, me explicó su cuñada Martha Casarrubias.
—¿Pero el doctor hizo lo correcto, señora?
—No sé si sea lo correcto, yo hubiera hecho lo mismo —responde conmovida la cuñada del doctor Román Gómez—. De que lloren en la casa de ellos a que lloren en la mía, prefiero que lloren en la de ellos.

El doctor Román Gómez acababa de salir libre bajo reservas después de enfrentar y matar a mediados de la semana pasada a dos de los tres extorsionadores que fueron a intimidarlo a su consultorio en la colonia Fuentes de Aragón, en Ecatepec. Su acción abrió también una secuencia de dilemas éticos y funcionales: hizo bien o mal, es un ejemplo o un asesino, salvó su consultorio o lo dinamitó, se liberó de los maleantes o deberá esconderse de ellos para siempre.

—Que lloren en la casa de ellos, Martha.
—Sí, completamente. Gracias a Dios, él está bien, está libre y con su familia. Es mi familia, mi hermana, sus hijos. Él es una gran persona, yo lo quiero mucho, lo admiro y lo respeto, y no hubiera sido justo que le pasara algo, porque ahorita estaríamos lamentándonos y no hubiera pasado nada.

Las consecuencias del crimen del doctor serán más importantes que las causas. Escribo crimen en la triple acepción que establece el diccionario de la Real Academia: delito grave, acción indebida o reprensible y acción voluntaria de matar a alguien. Pero ¿quién se atreve a lanzarle la primera piedra?

De que lloren en la casa de ellos a que lloren en la mía, que lloren en la de ellos. La ética se vive en presente. Ecatepec, Estado de México, febrero de 2013.

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