Del braguetazo a Todamérica

“Trató palabras de casamiento con una señora de Sevilla, viuda rica, y así pudo juntar 500 hombres a quienes embarcó en tres navíos”.

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Cuenta Fray Diego de Landa que Don Francisco de Montejo, enviado por Cortés a la corte de Castilla en 1519, prolongó su estancia durante largos siete años.  Le toca el álgido período de la sucesión de Fernando el Católico por Carlos de Austria, no sin tropiezos reconocido por los reinos ibéricos como Carlos I y después entronizado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V. 

La perseverancia de Don Francisco da frutos y obtiene para sí la conquista de Yucatán (aunque en palabras del santo fraile pudo haber negociado otras cosas), investido por el emperador con el título de Adelantado Gobernador y Capitán General.

No sin antes protagonizar lo que puede llamarse, digámoslo con franqueza, un braguetazo, como nos lo refiere Landa: “Trató palabras de casamiento con una señora de Sevilla, viuda rica, y así pudo juntar 500 hombres a quienes embarcó en tres navíos”.

El término significa “casarse por interés con una mujer rica”, aumentativo de bragueta según el diccionario de la Real Academia y tiene larga tradición en el mundo hispano, tanto lingüística como cultural; bragueta, en su segunda acepción, se refiere a la “pieza de la armadura que cubría las partes naturales del guerrero”. Así que Don Francisco, doblemente armado con su atuendo militar y los caudales de la dama sumados a los propios, emprendió la aventura  en compañía de su hijo y su sobrino, ambos del mismo nombre: los tres Franciscos. 

En otra curiosidad, el mismo diccionario se refiere a la expresión “hidalgo de bragueta”, como al “Padre que, por haber tenido en legítimo matrimonio siete hijos varones consecutivos, adquiría el derecho de hidalguía”, que incluía el de “no pechar”, es decir, no pagar impuestos. No era el caso de Don Francisco que era Hidalgo por sus fueros ni de Don Quijote, que tenía casa solariega y armadura heredada de antiguo linaje. 

Esta democrática tradición en la que los “hijos de algo”, el sustrato general de la nobleza, podían serlo por su propio esfuerzo biológico, llevó a que en la España del siglo XVII, de nueve millones de habitantes seiscientos mil ostentaran el reconocimiento, desde los más humildes a los más encumbrados.

Don Francisco de Montejo fue el primero en contar con el reconocimiento real para asumir los territorios conquistados, de manera que cuando nos refiere Landa que “navegó a Yucatán y tomó posesión diciendo un alférez suyo con la bandera en la mano: en nombre de Dios tomo la posesión de esta tierra por Dios y por el rey de Castilla”, nos gusta pensar que, siendo esta declaración de dominio la primera hecha en tierras continentales con las  potestades del rey, abarcó los confines de la hasta hacía poco hipotética isla, por lo que los derechos regios se extendieron a toda la futura América, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, que para fines de este comentario llamaremos Todamérica, territorio original de Yucatán y, ergo, como hemos demostrado, uno de los braguetazos más grandes de la historia.

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