Desconfianza

Me da la impresión de que nuestra sociedad se está conduciendo muy rápidamente hacia un entorno en donde reina la desconfianza, en todos los ambientes...

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Me da la impresión de que nuestra sociedad se está conduciendo muy rápidamente hacia un entorno en donde reina la desconfianza, en todos los ambientes y en todos los estratos socioeconómicos. Y también creo que este viaje, quizá inconsciente, tendrá consecuencias funestas en el futuro si no hacemos nada hoy mismo para detenerlo, y ¿por qué no? incluso dar marcha atrás.

Y no deseo explorar en esta pequeña reflexión si nuestra desconfianza, está o no justificada, ya que seguramente lo está para quien la manifiesta. Lo que deseo compartir es la preocupación de continuar avanzando en este sentido, acentuando, agravando y fortaleciendo esa desconfianza, con el consecuente peligro de que finalmente se instale como una norma de vida en nuestra comunidad, al grado de aceptarla como algo cotidiano y que no merece la pena revertir.

Friedrich Nietzsche decía: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.

Ciertamente nos volvemos desconfiados cuando repetidamente se nos ha engañado, mentido y traicionado. Y cuando la desconfianza se instala en nuestro interior, es un cáncer muy, pero muy difícil de erradicar. Sin embargo, y por nuestro propio bien, conviene hacer el enorme esfuerzo de restablecer la confianza. Cuando las personas desconfían de todo y por todo, corren el riesgo de volverse incluso permanentemente malhumoradas e infelices, contagiando estos negativos sentimientos a sus más cercanos amigos y familiares, descomponiendo relaciones y fragmentando los afectos que ha tomado años construir.

Hace unos días, en un supermercado, observé que a la salida de las cajas un par de jóvenes enfundados en chalecos azules con el logotipo de la Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, abordaban a las personas de un modo amable, pero casual y despreocupado, probablemente con el objetivo de obtener de manera positiva su atención y solicitar algún donativo para dicha organización no lucrativa. A este acercamiento, un hombre respondió enseguida con elevado volumen de voz y en forma muy agresiva: “Mira niño, en primer lugar no te dirijas a mi tuteándome, tengo 55 años y no jugamos canicas ni comimos en el mismo plato” (no pude evitar imaginar la trágica escena que se crearía si este hombre acude a pedir un café en Starbucks). Los muchachos apenas atinaron a verlo alejarse con asombro. Después se acercaron a una pareja que caminaba en compañía de su hijo, uno de ellos extendió la mano a la señora y le dijo: “Hola, ¿cómo estás?”, la señora escondió instintivamente la mano y le contestó: “No te voy a dar la mano, si deseas, simplemente explícame qué quieres y ya”. Después de la explicación, el señor se acercó a donde yo me encontraba y le pregunté: ¿Qué querían?, me dijo: “Un donativo, pero querían que les diera mi tarjeta de crédito, están muy locos”.

Escenas similares parecen repetirse en muchos lugares. ¿No crees que nos estamos dirigiendo a un sitio equivocado?

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