La destrucción del Cosmos

Ya estamos padeciendo los resultados de la polución atmosférica, el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, océanos llenos de plásticos que asesinan peces y cualquier vida marina.

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El jesuita Pierre Teilhard de Chardin, muerto hace poco más de sesenta años en Nueva York, fue un paleontólogo y filósofo francés que, a partir del evolucionismo y del pensamiento de Bergson, construyó una visión cristiana, mística en lo más profundo, para dar sentido al encuentro entre materia y espíritu. Abrió hipótesis científicas para la construcción de un Cosmos al cual el hombre puede aportar su humanidad y participar en lo que en términos religiosos sería la cristificación final de todo. Lo que Teilhard llamaba la síntesis final, el Omega.

Recuerdo su pensamiento, enormemente complejo como para sintetizarlo en breves líneas, porque hoy cuanto el optimismo teilhardiano veía como progreso hacia la luz, se ve como un auténtico viaje a “El corazón de las tinieblas”, como apuntaba en un espléndido artículo el narrador chetumaleño José Castillo Baeza: hacía referencia a la terrible novela de Joseph Conrad a propósito de la destrucción del manglar en el Malecón Tajamar de Cancún.

Junto con hipócritas salutaciones y canciones “bienintencionadas”, suenan en nuestro país las cajas registradoras para explotar económicamente la vista de un papa jesuita cuya encíclica “Laudato si” clama por el respeto a la Tierra como Madre (en clave franciscana y teilhardiana), mientras lo que ocurre en nuestra península muestra al ser humano entregado a destruir el Cosmos para ganarse unos millones que serán inútiles en el reino de la desintegración y de la Nada.

Ya estamos padeciendo los resultados de la polución atmosférica, el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, la conversión en desiertos de regiones enteras, océanos llenos de plásticos que asesinan peces y cualquier vida marina, o la multiplicación del hambre en un mundo lleno de alimentos desperdiciados.

José Castillo Baeza escribe: “El mangle tiene la apariencia del recordatorio: siempre con sus raíces al desnudo, se hunde en el suelo y en el agua al mismo tiempo, como dando cuenta de las correspondencias en la naturaleza.  Y sin embargo, es ésta la tierra donde el País de la Canela y El Dorado existen envueltos en los regalos presidenciales; es éste un Estado de ficción donde la autonomía es una sonaja en la mano de una botarga. Quintana Roo es Allí donde un ángel señala invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas”.

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