Destruir Mérida

La música de The Junkies sonó impunemente hasta las 4 de la madrugada e hizo que reventaran vidrios de vecinos en la esquina donde viviera el gran poeta Juan Duch.

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Con la desfachatez  que da por supuesta la impunidad, en una página de Facebook se anunciaba: “Imaginen esto sonando en Underground Village... TREMENDA FIESTA QUE NOS ESPERA EL 2 OCTUBRE!!! The Junkies destruyendo Merida!!! COMPREN SUS PREVENTAS!!!”

La música de The Junkies sonó impunemente hasta las 4 de la madrugada e hizo que reventaran vidrios de vecinos en la esquina donde viviera el gran poeta Juan Duch: cruce de la 58 con la 53 en el Centro de la internacionalmente famosa por tranquila ciudad de Mérida. 

A saber quién dio los permisos para sobrepasar cualquier norma urbana sobre decibeles y horarios. Quizás ni pidieron permiso, para qué si se trata de “undergRound” y de destruir. ¿Habrá pedido permiso Tzara para “épater le bourgeois” en el París de los 20? ¿The Junkies le llegan a “dadá”? Los precios de boletaje los muestran mucho más comerciales que los dadaístas.

Cerca de ahí está la que fuera casa del antropólogo Salvador Rodríguez Losa. Ya enfermo de muerte, el sabio fue capaz de sacrificar el precio para no entregar la casa a quienes planeaban un estacionamiento y venderla, en cambio, a quien habría de llenarla de libros y habitar su espacio con la gratitud que merece una arquitectura a escala humana, tan distinta de la que llena los fraccionamientos del norte, a escala de caja de zapatos.

Ejemplo de voluntad de sobrevivencia es la calle 58, de Santa Ana hacia el sur, antes de convertirse en mercado tras el cruce con la 59 donde se yergue el cascarón de lo que fuera Palacio Legislativo. Voluntad para no ser tan sólo basurero de traspatio del Isstey y Los Aluxes y para impedir que se abra un antro en el cruce con la 51. Ahora, además del “Underground” de la 53, se habla de abrir otro antro prácticamente enfrente de las oficinas del PAN estatal y contiguo al municipal. De permitirse sería un lamentable ejemplo de proyecto panista para Mérida. 

Dudo que ocurra, pero en México no sabemos crecer sin destruir. En nuestras capitales el concepto de progreso ha seguido un orden incomprensible: primero, el abandono; luego, la depredación, la demolición y, finalmente, la construcción de algo infinitamente más feo y de mucho peor calidad. ¿Es un proceso económicamente rentable? En lo inmediato, quizás para muy pocos, pero a la larga es un dispendio que habrán de pagar generaciones.

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