El siempre polémico Diego Fernández de Cevallos ha puesto el dedo en la llaga en el tema de la reforma energética en su artículo publicado el lunes pasado por Milenio.

En lenguaje claro acierta por principio de cuentas en definir las distintas propuestas presentadas como insuficientes para una reforma que desarrolle esa industria sin ser “entreguista ni patriotera”. Se infiere –en su escrito y a mi modo de ver– su percepción de que en las distintas propuestas presentadas al interés mayor nacional le han sido un lastre las posiciones radicales históricas, el temor o el cálculo del interés particular de los proponentes.

En la tradición panista de que “es peor el bien mal hecho que el mal en sí mismo”, afirma que no hacer la reforma o hacerla mal sería trágico.

Con mayor acierto sus comentarios no se agotan en la crítica sino que da una serie de propuestas concretas, discutibles si se quiere, pero valiosas en su contenido y atendibles en el objetivo de desarrollar pero al mismo tiempo proteger la industria energética nacional. El artículo transitorio y la “prueba piloto” que propone suenan interesantes.

Omite sin embargo –allí hay una oportunidad y deber del legislador– lo ineludible del componente de transparencia y rendición de cuentas tanto de la administración como del sindicato de esa industria.

Nostálgicamente sus comentarios nos remiten a una historia de no hace mucho tiempo, en la que liderazgos panistas lograron “sin odio y sin violencia”, con la fuerza de las ideas y de la inteligencia –no había otras armas ni mejores– realizar acertados cambios para este país y al mismo tiempo avanzar electoralmente.

Historia e identidad obligan. En la fuerza que le da su actual posición los legisladores panistas deben evitar la mediocridad de la propuesta gubernamental y con estas y otras ideas dar a México la reforma energética que se necesita para hoy y el futuro.