Dios no es católico

El papa Francisco le dice a Scarlfari: “Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios”.

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Francisco, el Papa del fin del mundo por venir de los confines australes y no por el apocalipsis, al llamarse como el santo de Asís, augura una iglesia de vuelta a los pobres, más horizontal y compasiva. 

El papa sorprendió a Eugenio Scalfari, director de La Repubblica de Italia -no creyente aunque tuvo alguna vocación religiosa en su juventud- al llamarlo personalmente para concertar una entrevista. Pero más lo hizo con la primera frase del encuentro: “Alguno de mis colaboradores que lo conoce me ha dicho que tratará usted de convertirme”.

El periodista respondió que era un chiste: “También mis amigos piensan que usted querrá convertirme”. El saludo dio pie a un tema crucial, en voz de Francisco: “El proselitismo es una solemne necedad, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer que el conocimiento del mundo que nos rodea crezca…  El mundo está lleno de caminos que se acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el bien”. 

La entrevista, lejos de simplificar temas que son piedra de escándalo, habla de realidades matizando frases como aquella de “la corte es la lepra del papado” que los subrayados de prensa aíslan. Para el papa “el problema más urgente que la Iglesia tiene ante sí” es el olvido de los viejos y el abandono de los jóvenes, abatidos por el desempleo y la desesperanza, a quienes el presente ha aplastado, sin memoria del pasado y sin deseos de proyectarse al futuro. 

El Papa cree que los hombres de buena voluntad deben actuar con su propia fuerza para hacer que el amor aumente: “Cada uno tiene su propia idea del bien y del mal y debe elegir seguir el bien y combatir el mal... Bastaría eso para cambiar el mundo”. Y afirma su convicción de abrirse al mundo, al diálogo con los no creyentes a la cultura moderna inspirados en el ecumenismo del Concilio Vaticano II, de lo que se hizo muy poco: “Yo –dice Francisco– tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo”.

El no creyente Scalfari, conocido por su fe humanista, declara creer en el Ser del que surgen las formas. El papa le dice: “Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios” y en su encarnación, Jesús, maestro “pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador ¿le parece que estamos muy lejos?”.

Sus santos preferidos son Pablo y Francisco, peregrinos abiertos al mundo y a los no creyentes. Dios no será católico pero sí es para todos. Cuenta la historia que el santo de Asís se dedicó a reconstruir iglesias después de escuchar una voz proveniente de un crucifijo: “Francisco, vete y repara mi Iglesia, que se está cayendo en ruinas”.

La Iglesia, con mayúsculas, resiste, pero algo de reconstructor tendrá su nombre. 
En la despedida, el Papa desliza una promesa: “Hablaremos también del papel de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina”. Y Scalfari concluye: “Este es el Papa Francisco. Si la Iglesia se vuelve como él la piensa y la quiere habrá cambiado una época”.

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