La discriminación y sus sombras

El lenguaje se vuelve en tu contra, es frustrante vivirlo y no tener respuestas. Ni siquiera es nuestra culpa, crecimos con esa programación; no dejaremos de hacer gestos o burlas a “las parejas disparejas”.

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Circula en las redes la foto de una pareja gay que se ha vuelto viral y ha generado infinidad de comentarios burlescos y estúpidos por la belleza de uno de ellos y los rasgos autóctonos del otro. ¿De qué nos reímos? ¿De que alguien “feíto” esté con un tipo “guapo”? ¿Es correcto que nos digan de qué reírnos? ¿Demasiada amarga la postura de quien no se ríe de las bromas? Creo que la discriminación construye diferentes sombras que no son perceptibles a primera mano.

Alguna vez fui a una reunión contra la discriminación y alguien contaba que le invitaron a marchar junto a unos gitanos que protestaban por el tema. Me acordé que, cuando niña, de vez en vez aparecían gitanos ofreciendo leernos las manos y mi mamá nos alejaba de ellos diciendo que no se bañaban,  no tenían casa y se robaban niños y  gallinas. Mi madre no es una discriminadora consciente, ella repitió el discurso que le enseñaron y del que le es difícil zafarse.  

El lunes llevé a una de mis sobrinas al médico para que atendiera a su bebé de cuatro meses. Como mi sobrina tiene rasgos mayas y su extracción humilde es notoria, el médico le habló toda la consulta en maya.

Ella se desesperaba, pues el niño estaba bastante enfermo y no entendía nada sobre los cuidados o el mal que lo aquejaba, insistió en que no entendía maya, pero el médico sólo se reía y continuaba hablando en maya.

Al final el médico dijo: ¡Qué barbaridad, no puede ser que no hables maya, con esa cara que tienes! Cuando lo supe, sentí que había vivido otra forma de discriminación. ¡Por tener esos rasgos, es su obligación ser mayahablante! Sería maravilloso que todos los yucatecos habláramos maya, sé que hay en Mérida muchos cursos de esta lengua. Mi abuela era mayahablante y mi mamá -repitiendo sus palabras- lo entiende pero no lo habla; alguna vez me explicó que de niña sufría burlas en Mérida y en la escuela, por lo que mi abuela decidió no hablarles más en maya.

Quizá tomo las cosas demasiado en serio, quizá el médico sólo intentaba romper el hielo bromeando. Es difícil entenderlo cuando sostienes en brazos a un bebé enfermo.

Sé que a veces el lenguaje se vuelve en tu contra, es frustrante vivirlo y no tener respuestas. Ni siquiera es nuestra culpa, crecimos con esa programación; no dejaremos de hacer gestos o burlas a “las parejas disparejas”. Quizá si lo pensamos bien, entenderemos que las burlas están fuera de lugar, que la discriminación tiene un brazo muy largo que un día puede abrazarnos.

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