¡Disfruta a tus hijos mientras puedas!

Cuando los hijos se van hay que aceptar esa condición, pero más aún, hay que criarlos con esa idea, hay que asumir esa realidad. No es que se van… ¡es que la vida se los lleva!

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Hace 12 años, en el mismo año, se casaron dos de mis hijos. Y en el mes de diciembre de 2013 se casó mi única hija. La casa de pronto se hizo grande y los sonidos del silencio invadieron nuestro hogar. Gracias a la buena relación que tengo con mi pareja pudimos soportar estas separaciones.

Cuando los hijos se van hay que aceptar esa condición, pero más aún, hay que criarlos con esa idea, hay que asumir esa realidad. No es que se van… ¡es que la vida se los lleva! Ya no eres su centro. Tenemos que entender y comprender que ya no eres propietario, eres consejero, en hablarlos, orientarlos y en amarlos. 

Es cuando te das cuenta que ya no diriges, aceptas; no mandas, acompañas; no proyectas, respetas. Sólo te queda darte con tu presencia y aconsejarlos con tu ejemplo. Hay que entender que ya necesitan otro amor, otro nido, y otras perspectivas. Tenemos que entender que ya les crecieron las alas y quieren volar. Ya les crecieron las raíces y maduraron por dentro.

Cuando los hijos se van, tal vez van a buscar otro amor diferente, que los llene más que el amor que nosotros les damos en este momento. Otro amor que los respete, que quieran compartir sin temores ni angustias las altas y las bajas en el camino, y que les endulce el recorrido y los ayude a conseguir lo que quieren. Bien dice la Biblia: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y formará con su pareja una sola carne”.

Cuando los hijos se van es que ya no les caben las raíces en tu maceta, ni les basta tu abono para nutrirse, ni tu agua para saciarse, ni tu protección para vivir. Quieren crecer en otra dimensión, desarrollar su personalidad, enfrentar el viento de la vida, a la sombra del amor y al rendimiento de sus facultades.

Tienen ansias de volar y desesperación por vivir ellos mismos sus vidas. Tienen un camino y quieren explorarlo, lo importante es que sepan desandarlo. Saben que tienen alas y quieren abrirlas. Pero hay que tener en mente que lo importante es el corazón sensible, la libertad asumida y la pasión a flor de piel.

Hay que tenerlos como al pescado, el hilo flojo, pero no soltarlo. Que la rienda sea con responsabilidad, y la formación llena de luz.

Pero lo bello de cuando los hijos se van es que tú te quedas adentro. En el cimiento de su edificio, en la raíz de su árbol, en la corteza de su estructura, en lo profundo de su corazón. Y también tú te quedas atrás. En la estela luminosa que deja el barco al partir. En el beso que les mandas. En el pañuelo que los despide. En la oración que los sigue. ¡En la lágrima que los acompaña! Tú quedas siempre en su interior aunque ellos estén lejos o cambien de lugar.

Es por lo cual que hay que gozar y disfrutar a nuestros hijos, hoy y ahora. Disfrutar el momento en que tenemos su compañía. Tratar de hacer que sus vidas sean felices cuando estén a nuestro lado para que cuando partan, piensen en regresar, aunque sólo sea para tomar nuestra mano y estar junto a nosotros.

Tengamos en los labios la frase: “Hijo, te quiero para que alces el vuelo, te llevas mi amor y lo mejor de mi ser, siempre habitarás en mi corazón”. ¡Disfruta a tus hijos mientras puedas! 

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