Divorcios y secuelas

Según lo encontrado en la literatura, el 25% de los hijos de divorciados no han terminado el colegio, frente al 10% de hijos de matrimonios estables; el 60% requiere tratamiento psicológico frente al 30%.

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Una tarde, caminando en el parque, vi a dos personas de la tercera edad tomadas de la mano; de pronto  se detuvieron y,  ambas de blancas cabelleras y con  arrugas en la cara, se fusionaron en cariñoso beso.

Esta postal que aún guardo en la memoria me marcó e  hizo reflexionar,  no sólo en los  adultos mayores,  sino también  en  la metamorfosis social  con radicales cambios del comportamiento, estilos de vida, principios y valores  del México y Yucatán del siglo XXI. 

Circunstancialmente y para  no olvidar ese día,  al  llegar al consultorio atendí a una madre, también sexagenaria, quien durante el interrogatorio rompió en llanto por el inminente divorcio de su hijo y  la presunta posibilidad de verse privada del cotidiano contacto con los nietos, motor y razón de seguir existiendo, según me confesó. 

Desafortunadamente, pocas veces reparamos en el impacto médico-social de este tipo de sucesos. Hemos avanzado con “bombo y platillos” en el proceso administrativo, facilitando los caminos a través del “divorcio exprés”, pero poco sabemos  de las estrategias y acciones implementadas para contrarrestar las consecuencias y secuelas psicológico-conductuales en descendientes y ascendientes. 

Según lo encontrado en la literatura, el 25% de los hijos de divorciados no han terminado el colegio, frente al 10% de hijos de matrimonios estables; el 60% requiere tratamiento psicológico frente al 30%.

En cuanto a la tendencia a las adicciones, el 50% de hijos divorciados  ha tenido problemas de alcohol y drogas antes de los 15 años y finalmente, entre muchos otros de los estragos, el 65% tiene una relación conflictiva con el padre. Del “otro lado de la moneda”, pocos datos analíticos encontramos en cuanto al dolor y las alteraciones de la salud de los consanguíneos más cercanos. 

Tratando de hacer una analogía con la realidad de nuestra medicina contemporánea, me atrevería a decir que en sumadas ocasiones existe un divorcio entre lo que aprendemos, nos capacitan e inculcan  en centros hospitalarios de  otras latitudes para ejercer la profesión con excelencia,  y los actuales recursos en infraestructura instalada y suficiencia de insumos -en algunas instancias-,  que permitan  responder de forma oportuna y expedita al creciente tipo y número de enfermedades que aquejan a los moradores del Mayab. De sus consecuencias y secuelas, más de uno podrá comentar. 

En fin, aún existen múltiples facturas pendientes con nuestra sociedad. Nadie tiene la “bola mágica”, pero mágica podría ser tu participación ciudadana incondicional.

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