Dos mitos en Washington

El senador John McCain, ha expuesto una lista de pendientes sin cuya resolución será difícil alcanzar la reforma.

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La reforma migratoria en Estados Unidos depende de los buenos oficios de un grupo de ocho senadores que preparan un plan aceptable para demócratas y republicanos.

El “G-8”, encabezado por el senador John McCain, ha expuesto una lista de pendientes sin cuya resolución será difícil alcanzar la reforma.

Muchos de ellos merecen un debate serio, como el número de años y trámites que enfrentarían los millones de indocumentados para obtener la ciudadanía o la cantidad exacta de permisos de trabajo temporales a otorgar, asunto crucial para la industria agrícola de este país.

Ambos temas, como muchos otros, parten de disyuntivas serias y auténticas. Pero no todos los dilemas que plantea el G-8 merecen ambos adjetivos.

Un par de ejemplos me llaman la atención.

El primero es el mito de que la frontera entre México y EU aún no alcanza los estándares de seguridad necesarios como para pensar en una reforma migratoria. Si bien es cierto que la seguridad fronteriza no es la ideal —blindarla es imposible, francamente—, los avances son innegables.

El número de agentes fronterizos se ha triplicado de 1996 a la fecha, al mismo tiempo que los índices de criminalidad en el lado estadounidense han disminuido sensiblemente.

Más importante aún: la migración neta a EU se ha reducido a cero. Varios legisladores escépticos en Washington se quejan de que el Departamento de Seguridad Nacional no tiene un sistema eficaz que permita medir la seguridad en la frontera.

Tienen razón, pero eso no les da derecho a ignorar la evidencia: hoy, la frontera es mucho más segura que después del 11 de septiembre.

Por otro lado, el G-8 se dice preocupado por las repercusiones de la reforma en la dinámica migratoria: “no podemos permitir una tercera ola migratoria dentro de 20 años”, decía hace unos días el senador Lindsey Graham, otro miembro del grupo legislativo.

Parece ser que Graham también prefiere ignorar la realidad no solo migratoria, sino demográfica.

Me atrevo a asegurar que una “tercera ola migratoria” es imposible ahora y mucho más dentro de 20 años.

El dato fundamental es la tasa de natalidad en México.

A finales de los años 70 una mujer mexicana tenía siete hijos en promedio; hoy, ese número es 2.1.

No habrá una nueva ola de migrantes porque México se está quedando sin candidatos a emigrar, así de claro. Si el G-8 decide darle la espalda a la evidencia, tendrá que rendirle cuentas a la historia.

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