Écheme una manita

El conductor de un vehículo deportivo es detenido por el oficial de tránsito Felipe Villas, sin lo que le esperaba a esta autoridad.

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El deportivo se detiene en la lateral del periférico. Dentro, el conductor espera la llegada del oficial de tránsito Felipe Villas.

Este llega pavoneándose, haciéndose notar mientras explica el motivo de la detención. 

No hay consenso. Los dos hombres defienden su propia versión a rajatabla. 

El patrullero explica que entonces deberán ir a la delegación y dirimir la cuestión ante el juez. 

El automovilista acepta la propuesta y pide permiso para hacer una llamada. 

En segundos, un hombre desciende de una camioneta estacionada cerca del lugar y se dirige al presunto infractor quien emite la siguiente orden: Ignacio, en cuanto veas que arranco, te comunicas con la secretaria del Comandante X y del Subcomandante M. 

Les explicas que me dirijo a la delegación a interponer una queja contra este abuso de poder. 

De inmediato Villas identifica los nombres: director de la SPT y el subdirector de Tránsito del Estado.  

Observa de reojo la camioneta con los escoltas y una voz persuasiva, emanada de su cerebro le dice: “Este te va a fregar”. 

Resuelve dar por terminado el incidente y se dirige al chofer. 

Para su sorpresa el individuo insiste en presentarse ante la autoridad para poner las cosas y a cada quien en su sitio. 

El miedo a una severa sanción lo anima a insistir, pero el hombre dentro del auto no da marcha atrás: De ninguna manera. 

Ya perdí media hora de mi tiempo. Además mi escolta tiene GPS y cámara de vídeo para demostrar que soy víctima de una injusticia por su parte.

Bajo el ardiente sol de abril, Felipe pronuncia lo que nunca pensó tendría que decir: ¡Oiga jefe, no sea así, écheme una manita! No hay respuesta.

Tembloroso, el uniformado aviva la súplica: ¿Dígame; cómo le podemos hacer?,  tan solo para escuchar al límite de su asombro una voz que no da lugar a ninguna duda: Ahí se lo dejo a su criterio. 

Felipe Villa, aturdido, toma su tiempo. Saca de la cartera un billete de doscientos pesos y lo extiende precavido dentro del auto. ¡No, pues qué pasó oficial,  no me insulte! Mi tiempo vale más y si lo denuncio de seguro hasta lo expulsan, es la réplica. 

Francamente encabronado aventura quinientos pesos. Esta vez son aceptados. 

Mientras el vidrio se eleva la voz aquella concluye. –No se enoje, mi poli. Hoy le tocó perder. Agárrese otro pendejo.

¡Ah, y Vaya biem!

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