El basurero del capitalismo

La realidad es que, mientras nuestro país se hunde en la miseria, el señor Slim, uno de los hombres más ricos del mundo (nos enorgullece llamarlo el más rico) ha lanzado sus redes al otro lado del mar.

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Uno de los más serios problemas que enfrenta la Unión Europea es la fractura en su estado de bienestar. El problema reside en la supuesta “necesidad” de abatir los costos que el estado de bienestar les genera. En México estamos muy lejos de entenderlos porque ni siquiera hemos logrado salir de un estado de malestar en el cual sobrevivimos como podemos, entre inviables y surrealistas.

Las cifras sobre pobreza en nuestro país son vergonzosas y aterradoras porque indican nuestro futuro. Y su contraparte, la desigualdad en la acumulación de la riqueza, es igualmente bochornosa.

Pero hay quienes se alegran de que, mientras Europa hace agua, nosotros vayamos bien e inclusive comencemos a invertir en Europa. La realidad es que, mientras nuestro país se hunde en la miseria, el señor Slim, uno de los hombres más ricos del mundo (nos enorgullece llamarlo el más rico) ha lanzado sus redes al otro lado del mar.

Imposible hablar en nuestro país de un estado de bienestar que suponga libre acceso al trabajo para los jóvenes y no sólo el derecho al descanso para los viejos sino formas para que la cultura se enriquezca con su experiencia.
Vivimos ya la globalización de un mundo que cierra el camino a jóvenes y desperdicia ancianos. El mundo del capitalismo salvaje que ve la producción desde las cifras de la especulación financiera y muestra su total miopía a la hora de diseñar futuros.

Jóvenes y viejos, en estas contabilidades, estamos destinados al basurero del capitalismo. Los jóvenes, a regalar su mano de obra o a volverse sicarios (el prohibicionismo apoya las narcoeconomías), y los viejos a los asilos o a la mendicidad callejera, según el buen humor o las posibilidades monetarias de familias que los consideran en cualquier caso un estorbo.

Desde este panorama mi columna debía llamarse “Inhumanidades” porque de eso estamos hablando.
Pero también estamos hablando de estupidez: el capitalismo salvaje es un sistema suicida y profundamente estúpido. La fuerza espiritual de la juventud y la riqueza vital de la vejez se escapan de sus descerebradas maneras de mantener contento al Becerro de Oro.

Es verdad que hablo como viejo, pero también lo hago como maestro.

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