El color de nuestra piel

Si algo relativamente nuevo me ha hecho recordar el título de la obra de Gorostiza ha sido la golpiza que han sufrido compatriotas nuestros, cadetes del buque-escuela Cuauhtémoc.

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Celestino Gorostiza, dramaturgo y promotor fundamental de la cultura en la primera mitad del siglo 20, tuvo su mayor éxito teatral con la obra El color de nuestra piel, en 1952, premio Juan Ruiz de Alarcón de aquel año. 

La obra hablaba de un racismo secular en nuestra patria (desde que el Conquistador violara a la Malinche) que emergía de nuevo en el seno de una familia “bien” en los tiempos de una revolución que ya había sido institucionalizada luego de bajarla del caballo. Si recuerdo ahora la obra de Gorostiza no es porque algo haya cambiado en nuestro país: seguimos siendo racistas vergonzantes.

Como son cínicamente racistas respecto a nosotros en el vecino país del norte donde el desprecio por el color de nuestra piel está presente en las discusiones sobre su reforma migratoria. 

Inclusive en aquel país la lucha por la igualdad racial se muestra plenamente necesaria en el cincuentenario del “I have a dream!” que lanzó Martin Luther King frente al memorial de Abraham Lincoln, en el corazón de Washington. Con todo y un presidente afroamericano, la igualdad está lejos de convertirse en una realidad cotidiana, más bien se ha ido convirtiendo en otro racismo vergonzante como el que cargamos sobre nuestras espaldas. 

Si algo relativamente nuevo me ha hecho recordar el título de la obra de Gorostiza ha sido la golpiza que han sufrido compatriotas nuestros, cadetes del buque-escuela Cuauhtémoc, en un puerto polaco donde tomaban el sol. Lo que excitó el espíritu de linchamiento de los llamados hooligans fue precisamente el color de nuestra piel y la noticia estriba en la fuerza que está adquiriendo el racismo en la vieja Europa y, más aún, en el renacimiento de los síntomas que llevaron a los nazis al poder. 

Crisis económica profunda, incapacidad de una clase política corrupta para manejarla y construcción en el imaginario colectivo de chivos expiatorios: los distintos, los migrantes, los que compartimos el color de nuestra piel. Mismos síntomas se encuentran en el México de hoy.

Es tiempo de recordar que las salidas violentas siempre han llamado a las represiones. Y quien las sufre es un pueblo despreciado por el racismo y secular chivo expiatorio.

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