El gobierno vs. la tecnología

Ni todos los taxistas son malos ni todas sus unidades son deficientes.

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Moverse en la mayoría de nuestras ciudades se ha convertido en un infierno.

Por eso estoy en shock ante el dilema de Uber, un asunto que si no se atiende con detenimiento va a ocasionar los más acalorados conflictos sociales.

¿Qué es el dilema de Uber? Algo que ha obligado al Gobierno del Distrito Federal a tomar medidas de emergencia y que se ha estado comentando mucho en los medios.

Uber es una aplicación que usted puede trae en su celular, en su computadora o en su tablet como el Google Maps o el iBooks.

¿Para qué sirve? Para que usted solicite un servicio de transporte que lo lleve o que lo traiga, en diferentes versiones y categorías.

¿Y? ¿Qué tiene de bueno? Primero que nada, la practicidad que da el tema tecnológico. Aunque usted no lo crea, muchas personas se comunican mejor a través de sus dispositivos que en el mundo real.

Segundo, que, como buena aplicación, está llena de ventajas que tienen que ver con seguridad, costos, mapas y métodos de pago.

Uber es una chulada. Punto. Por un lado hay un ejército de socios a los que les va de maravilla ofreciendo este servicio. Por el otro, una inmensidad de usuarios felices.

¿Cuál es el problema? Que aunque lo llamen de una forma o de otra, esto es un servicio como el de taxis o el de los sitios.

Solo que quienes hacen su negocio a través de esta aplicación no cumplen con ninguna de las obligaciones con las que tienen que cumplir los choferes de taxis o de carros de sitio.

Los señores de Uber serán todo lo buenos, honestos, eficientes, guapos y profesionales que usted quiera, guste y mande, pero representan una competencia desleal para miles de taxistas en la Ciudad de México.

Perdóneme, pero esto es injusto. A los taxistas del Distrito Federal el gobierno les cobra hasta por la sonrisa.

Cuando no se trata de las placas, se trata de la certificación equis del permiso ye, y cuando no les pide que iluminen sus interiores de noche, los obligan a pintar sus vehículos de rosa porque ahora resulta que así tiene que ser.

Y allá van los pobres a gastar una fortuna en papeles y a perder días enteros en trámites para medio cobrar unas tarifas castigadísimas, independientemente de que traigan un auto compacto o de un coche para más de cuatro pasajeros.

En cambio, los choferes de Uber andan como si nada por las calles de la Ciudad de México.

¿Pago de derechos? ¡Cuál! ¿Trámites espantosos? ¡Ninguno! ¿Colores especiales? ¡Nunca!

Así no se puede. Sí, yo sé que muchas personas se quejan de los taxistas de la capital del país por una larga lista de irregularidades.

Pero la verdad es que en ese gremio, como en cualquier otro, hay de todo.

A mí me ha tocado contratar magníficos taxistas que me han transportado en excelentes vehículos y con lujo de seguridad y profesionalismo adonde les he pedido y cobrándome siempre lo justo.

Y los he contratado para transportar a mis seres más queridos, y los he llamado para servicios de mensajería, y los he tomado en la calle como cualquier persona.

Ni todos los taxistas son malos ni todas sus unidades son deficientes.

¡Cómo es posible que ahora resulte que porque llegó Uber los vamos a dejar sin comer por contratar algo que a todas luces se está aprovechando de la combinación de la necesidad de la gente, la moda y el abandono en que nuestras autoridades tienen a ese sector fundamental de nuestra vida cotidiana!

¿Y cuál es el dilema? Que el gobierno de la Ciudad de México ya tomó cartas en este asunto y acaba de considerar a Uber como una cuestión de piratería.

Obviamente Uber tiene lo que los taxistas no pueden tener: redes sociales, presupuestos publicitarios y agentes de relaciones públicas, y ya comenzó el debate, porque ninguna marca, en sus cinco sentidos, está dispuesta a soltar semejante mina de oro.

Estamos ante algo serio, porque moverse en la mayoría de nuestras ciudades se ha convertido en un infierno, porque merecemos opciones, porque Uber funciona y porque alguien tiene que hacer algo por nuestros taxistas.

Alguien los tiene que ayudar, alguien los tiene que dejar de saquear y alguien los tiene que apoyar para que den un buen servicio.

Esto va más allá de: Uber vs. los taxis. Es: el gobierno vs. la tecnología, el gobierno vs. la modernidad con todo y sus costos políticos y sociales. ¿Quién ganará?  

¡atrévase a opinar!

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