El nuevo orden mundial

Desde que la gente se transformó en sociedad y ésta en imperio...

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Desde que la gente se transformó en sociedad y ésta en imperio, ha tenido el poder para cambiar el mundo a su modo y forma, velada o explícitamente. Hoy, en las postrimeras de la llamada “pax americana”, un nuevo poder sienta sus reales. Y no, no es China.

Internet colocó el orbe en bandeja de plata para quien quisiera tomarlo, hizo de lo privado un asunto público, y cambió esquemas hasta convertir lo banal en importante, y lo importante, en algo que a pocos interesa.  El poder de esta comunidad digital, potenciada por las redes sociales, lo queramos reconocer o no, marca no sólo la agenda pública, también nuestra vida, pues sin más, coloca en las charlas de sobremesa y en la mente, el tópico adecuado para seguir “pegados” al mundo de la web. 

Más allá de los presuntos delirios de grandeza que podrían sentirse al navegar en las redes sociales, lo cierto es que éstas representan desde hace mucho tiempo no sólo un medio de difusión, sino un generador de opiniones y reacciones (no acciones), que para el ojo experto es una guía infalible hacia la opinión pública. Ejemplo banal son las incontables “ladies”: piense usted qué medio de comunicación tradicional, conversación o punto de vista escuchado en la calle, es contrario al juicio sumario de las redes sociales. Ninguno. La injusticia, indignación o carcajada, ya vienen implícitos en los mensajes, y nosotros sólo difundimos lo que “internet dice que hizo”. 

Las autoridades de cualquier país son conscientes de esta situación. Aún el más retrógrado funcionario sabe que internet tiene la batuta de la opinión y el quehacer que realmente importa, por ello, diseña estrategias para contrarrestar este “estado dentro del estado”, pues gracias a la libertad que hasta ahora tiene la web, las redes sociales son altamente independientes de los comunicados, “verdades históricas” y chivos expiatorios con los que se intente cubrir o responder a las interrogantes nacionales. 

Las técnicas gubernamentales pueden variar en su intento de control de daños, pero, desafortunadamente, hasta ahora se concentran solamente en reaccionar tarde a los hechos que plantea internet. Recordemos al ex titular de la Conagua, David Korenfeld y el caso del helicóptero: cualquier con dos cabellos sobre la cabeza, sabe que en estos tiempos donde los ciudadanos ya no dependen del estado para informarse, tarde o temprano sale a relucir el uso indebido de los recursos públicos; pero el señor no previó y prefirió reaccionar. Ya conocemos cómo terminó su caso. 

Internet y las redes sociales son ese “nuevo orden mundial”. En los tiempos que nos ha tocado vivir, la web y sus aplicaciones dejaron de ser cosas para “geeks” y son ahora el arma perfecta contra los decenios de incertidumbre, agravios y tropelías que la sociedad ha debido soportar por carecer de un medio realmente independiente dónde expresarse. 

La red de redes tiene las herramientas para tumbar gobiernos, revelar información secreta, y sobre todo, marcar claramente el camino de la administración pública, pues hoy en día, un “tweet” bien posicionado, puede hacer la vida de cuadritos para cualquier funcionario o ciudadano, algo impensable hace apenas 10 años, a menos que consideremos que, actualmente, a nuestra “personalidad digital” le prodigamos más cariño, tiempo y dedicación, que a nuestras propias personas. 

Es en las aulas, zopenco 

Charlando con un insigne periodista sobre el “texteo” y el idioma español, concluimos algo muy importante y triste. El debate social sobre la forma tan peculiar en que los jóvenes de hoy se expresan en las redes sociales, cambiando caracteres y signos a las palabras; es en realidad estéril, pues tal como fue la clave Morse o la taquigrafía, al final, ninguna cambió para mal el idioma, y quien conocía tales formas, se expresaba correctamente en español fuera de ellos.  

La culpa, señores, no es de internet o del medio, el problema está en las aulas, en los maestros que dejaron de impartir apropiadamente los secretos de la lengua de Cervantes y que provocan, así sin más, que los jóvenes se expresen con “k” y “3” no como un “simpático” y pasajero código de sus tiempos, sino porque no saben hacerlo de otra forma. 

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