El nuevo turista cultural

Durante muchos años, hemos visto una gran cantidad de turistas denominados culturales...

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Durante muchos años, hemos visto una gran cantidad de turistas denominados culturales que llegan por millones a ciudades coloniales, sitios patrimonio, museos o vestigios arqueológicos para contemplar “ruinas” de civilizaciones antiguas.

Pues quiero decirles que el mundo está cambiando. A pesar que esta modalidad de viaje continuará siendo una oportunidad de negocio vinculada al turismo de masas, el turista está buscando ahora nuevas experiencias que lo contacten más a fondo con las culturas locales.

Bienvenidos al mundo de la especialización. Voy a hacer referencia a una “tribu” de turistas que aparece en el reporte Future Travel Tribes 2030 de Amadeus (del cuál he hablado en ocasiones anteriores), pero que viene a colación por un par de personas que conocí en estos días y que me hicieron reflexionar acerca de estos nichos especializados y su tratamiento.

El turista que Amadeus denomina como “purista cultural” es un viajero independiente, curioso por naturaleza, con una necesidad de ponerse en los zapatos de los demás, y que busca como opción primaria, conocer de primera mano, la forma en que viven el día a día las personas de una comunidad.

Busca servicios altamente personalizados; tiene fecha de ida pero en muchas ocasiones, no tiene fecha de regreso; usan la tecnología para buscar información, pero no les importa el hecho de no tenerla durante el viaje, de hecho, lo prefieren; quieren ser uno más, conocer costumbres y tradiciones de la mano de la gente de la comunidad; plantar, cosechar, cortar leña, pescar y cualquier otra actividad que no pueden hacer en sus ciudades; viajan generalmente solos, a veces en pareja o en grupos reducidos, porque saben que el impacto de la masificación en las comunidades no es bueno; están totalmente en contra de productos simulados; quieren llevarse buenas fotos, pero más aún, recuerdos de gente y experiencias auténticas.

Sus dos palabras preferidas son flexibilidad y espontaneidad; no le importa dormir en una hamaca, en un catre, en el piso o en las condiciones de la comunidad local, de hecho, son extremadamente empáticos; prefieren usar Airbnb o plataformas similares a hospedarse en un hotel despersonalizado; quieren evitar al máximo el intermediarismo en sus viajes, porque están convencidos de que su visita debe dejar el máximo beneficio local. 

Buscan desesperadamente esas pequeñas recompensas en sus viajes: la curiosidad de los niños, el abrazo de una persona de la comunidad, una cena en familia, donde se sientan parte de ella, una amanecer o atardecer con un guía local, aprender un nuevo dialecto, y entender el verdadero significado de compartir.

Después de su viaje, seguramente escribirán en su blog o en revistas especializadas acerca de su visita, de sus aprendizajes, de la gente local con nombre y apellido; tendrán fotos espontáneas y auténticas, y uno que otro video donde el abuelo de la comunidad cuente como era la vida cuando él era niño.

No los encontraremos a montones entre los mil millones de turistas que viajan internacionalmente, pero sin duda, su viaje será más valioso para ellos y para la comunidad que lo que representa el ingreso de un gran grupo.

Tal vez, algunos de ellos, quieran viajar con una ONG local para conocer el trabajo que hace, para entender desde el campo, lo valioso que es conocer a personas que, como ellos, buscan un mejor lugar para vivir; un lugar que no existe en la geografía y que no está conformado por recursos ni instalaciones, sino que está dentro, muy dentro de ellos y de la gente que conocen en este maravilloso viaje.

Historias, nada más que historias, es lo que enriquece su travesía.

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