El principio del fin

Premoniciones fatalistas acercan notoriedad del caos. La degradación del ambiente es provocada por la más depredadora criatura que es el hombre...

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Premoniciones fatalistas acercan notoriedad del caos. La degradación del ambiente es provocada por la más depredadora criatura que es el hombre. Leyendas se tejen en una catástrofe final.

Vamos trascendiendo en una anualidad de  existencia y el futuro nos evoca a la reflexión. Las curiosas revelaciones de un futuro promisorio, que se acerca a su expiración, describe un panorama, difícil,  catastrófico y especulativo en el cumplimiento a unos diagnósticos interpretados, en el mejor de los casos, como el asomo al caos planetario. Pareciera que los aparatos informativos del mundo anegan con datos sospechosos, las tribulaciones arcanas del fin del mundo en una etapa que acerca su cumplimiento en, relativamente, corto plazo. Lo que no podemos desconocer es la persistente degradación en el ambiente natural provocado por la única criatura nociva del planeta llamada: “Ser humano”. A veces obligado por la obtención de intereses materiales, otras por accidentes involuntarios, pero todas nos llevan a reconocer la alteración  natural a la biosfera.

Si el universo fue creado (según expertos en la materia) por una serie de explosiones que luego implantaron un orden en la sabiduría de la ciencia a través del tiempo y el espacio, nuestro planeta tierra fue una semillita que germinó en el cosmos, resultado de la teoría del Bing Bang y entró en la viva constitución humana a través de la evolución biológica o en la derivación de la existencia divina de un Dios creador de los cielos y la tierra. En todo ello el tiempo imperecedero, ha sido la cita señalada para evaluar el correr de la medida divisoria de los años. En ellos –en los años- o dentro de ellos, nacemos, crecemos nos reproducimos e invariablemente morimos.

Las horas, los minutos, los segundos, los grados, que pueblan los años en estos tiempos asoman conductas, hechos, y circunstancias de naciones, y conglomerados sociales que la comunicación cibernética ha unido con tal velocidad, sólo comparable con la inquietud del rayo. Hoy el hombre “moderno” hace nulo esfuerzo por conocer; todo lo asimila en el confort, lo deglute en la mente ociosa y lo procesa carente de riqueza, de la creación de ideas que debiera provenir del fondo constructor de su ser y de la creatividad de su imaginación fructificadora; el resultado cada día es nulo.

Así es como la indiferencia se ha venido apropiando de conocer el daño imperceptible e irreversible a nuestra madre naturaleza. La suplantación de lo estético se llevó la belleza de lo épico que trascendió, por ejemplo, en el renacimiento con Boccacio, Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo da Vinci. Hoy todo tiene un formato para ser rellenado por una pequeña asistencia humana y con valoraciones de contenido comercial, carente de humanismo.

Si el hombre de todos los tiempos, de todas las razas, de todos los pueblos, de todas las costumbres, de todos los credos, hubiera aprendido a convivir, racionalmente, con la naturaleza, ahora mismo no tuviéramos implícito el temor que nace de una complicidad generada por el olvido, asumido por el materialismo en una destrucción provocadora, sin detenernos a reflexionar que en la medida en que hemos degradado la tierra, nosotros nos degradamos como humanidad. 

Próximamente, quizá sea lo de menos; lo de más es el pago de factura de la indolencia que le hemos provocado a la armonía ecológica de nuestro entorno hogareño, el “planeta tierra”. 

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