El ‘punch’ del sumo pontífice

¿O sea que amar a Dios sobre todas las cosas supondría, de acuerdo con la lógica papal, escarmentar a tiempo la herejía?

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Doctor Alberto Gasbarri, perdón, antes que nada, por inmiscuirlo en estos menesteres, pero ha sido su amigo y superior, el papa Francisco, quien recién lo hizo estrella de una rara parábola. Como laico, eso sí, me cae usted de perlas. Pues no pienso pegar el grito en el cielo tras dejarme golpear por la noticia, sino apenas tratar algún problema técnico —en concreto, una inconsistencia narrativa— que desde ayer me tiene con el ceño fruncido. ¿Será quizás que usted, con veinte años de experiencia en la radio, más la actual encomienda logística de organizar los viajes de su santidad, comprenderá las dudas de un narrador incómodo?

“No se puede reaccionar con violencia”, dijo el sumo pontífice ante un grupo de periodistas, en torno a los candentes asuntos del terrorismo y la libertad de expresión, y enseguida acotó: “pero si el doctor Gasbarri, que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo”.

Como le digo, sé que es una parábola, pero igual mi cabeza se empeña en ver la escena en todo su esplendor: empujado por sabrá el diablo qué ímpetu irrefrenable, usted insulta inconcebiblemente a la santa señora delante de su hijo, nada menos que el sucesor de san Pedro. Y entonces él, por toda respuesta, con los hábitos puestos y la cruz en el pecho, le lanza un descontón que lo deja en el suelo, con la boca sangrante y dos dientes de menos. Diría mi abuelita: como Santo Cristo.

Estoy de acuerdo, es una escena estúpida. Parecería algún chiste travieso de dos niños fugados del catecismo, pero fue justo el Papa quien se calzó estos guantes imaginarios. Y bien, ya que jugamos al absurdo, supongamos que usted decide no dejarse y se le va a los golpes a su santidad. ¿Se imagina las fotos, el video, las primeras planas? ¿O vale más creer que el golpeador de blanco se sabe inatacable y le ha pegado a usted impunemente?

La última vez que atestigüé esta clase de visiones paganas estaba disfrutando a Jeremy Irons en el papel de Rodrigo Borgia. Las escenas del Papa y sus prelados sabroseándose a múltiples mamacitas en medio de una orgía espectacular son de por sí inquietantes, incluso si uno encuentra natural que en los hombres forzados a la castidad florezca toda estofa de apetitos malsanos. Aún así, es más simple fantasear con un Borgia concupiscente que creerse a un Bergoglio bravucón. Pero insisto, fue él quien lo sugirió.

Ahora establezcamos jerarquías. Si, a decir de su amigo el sumo pontífice, usted puede esperar un puñetazo después de hablarle mal de su mamá, ¿qué clase de escarmiento esperaría si le diera por insultar a Padre, Hijo o Espíritu Santo? Algo mucho más serio que un puñetazo, ¿cierto? Porque al fin un prelado de la Iglesia católica sabe que ha de cumplir, antes que ningún otro, con el primero de los mandamientos. ¿O sea que amar a Dios sobre todas las cosas supondría, de acuerdo con la lógica papal, escarmentar a tiempo la herejía? Nada que el Santo Oficio no haya sabido hacer, a propósito de la libre expresión.

“Matar en nombre de Dios es una aberración”, reconoció asimismo el jefe de la Iglesia católica durante la citada conversación. Y algo no muy distinto pensará de quien mata en nombre de la autora de sus días, pero si todo el mundo reaccionara siempre a puñetazos ante quien le ha mentado la madre, ya seríamos todos matones o cadáveres. Y usted va a perdonarme, señor Gasbarri, pero dudo que espere un upper cut de manos de su santidad, así calumnie al mismo Jesucristo. Es decir que si hablamos de aberraciones, no está de más notar que éstas comienzan por igualar palabra y atropello, desacuerdo y afrenta, blasfemia y puñetazo: una dulce tonada a los oídos de los asesinos.

“No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás, no puede uno burlarse”, diagnosticó por fin el sumo pontífice, de modo que uno entienda que tragedias como la de París ocurren una vez que alguien traspasa los límites de la libertad de expresión. ¿Es decir que los caricaturistas muertos, que nunca hicieron burla de la religión sino apenas de los beatos matones, merecieron morir, por saltarse las trancas?

Ahora le invito a ver un último escenario: ¿se imagina el jolgorio que habrá causado entre los militantes de Al Qaeda el comentario de su santidad? Por una vez, los apóstoles de Osama Bin Laden se habrán sentido más papistas que el Papa, aunque en el fondo de su pío ser sigan considerando que el Papa, usted y yo somos infieles, y de hecho demonios, cuyo destino idóneo es la degollina.

Probablemente todo ha sido un error. El pobre hombre estará arrepentidísimo. Este miscast ridículo del Papa repartiendo puñetazos no cabe en el imaginario colectivo, y todavía menos en el evangelio. Aunque claro, san Pedro era impulsivo. ¿Recuerda aquel pasaje donde Pedro le cercena la oreja a uno de los captores de su amado maestro? No sé por qué sospecho que su amigo Bergoglio lo tiene algo olvidado:

“Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.” (Mateo,26,52).

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