El recuerdo de Efraín

Lo verdaderamente doloroso es la indiferencia en la que la vieja indignación se ha convertido.

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Hoy hace cuarenta años que, tras el suplicio, Efraín Calderón Lara fue asesinado. La conmemoración luctuosa, pese a su profundo significado, será discreta, casi íntima, y correrá a cargo de reducidos grupos de sindicalistas, académicos y militantes de la izquierda.

Han quedado lejos los momentos en que, allende las fronteras del sindicalismo independiente por el cual el Charras luchó y finalmente ofrendó la vida, los yucatecos (sí sus compañeros, sí los obreros, sí los universitarios, pero también amas de casa, empleados, muchachos, comerciantes y profesionales) nos vimos arrastrados por la indignación a rebelarnos contra el régimen que hacía posible el crimen.

Ya enfrentando las balas proyectadas contra la Universidad, ya secuestrando camiones, ya marchando, o simplemente pasando la voz, diciéndole a los demás que no se valía, negándose a aceptar las versiones oficiales, la gente marcó un límite a lo que estaba dispuesta a tolerar de las élites del poder y el dinero.

Fue un asesinato de Estado, a cargo de la fuerza pública y en servicio de intereses económicos centrados en despojar a trabajadores de derechos básicos, a fin de disponer de más dinero para dilapidar en frivolidades. Fue por tanto responsabilidad directa y personal de Carlos Loret de Mola, haya o no dado la orden de matar, pues no sólo los asesinos materiales estaban bajo sus órdenes, sino que su gobierno operaba decididamente para neutralizar al sindicalista. Otro tanto ocurre con aquellos que, en su insaciabilidad de dinero, exigían al gobierno la represión.

Pero, pasando las décadas, lo verdaderamente doloroso es la indiferencia en la que la vieja indignación se ha convertido.  

Si bien pocos se atreven a repetir los obscenos argumentos con que el asesinato se pretendía justificar, el silencio de la sociedad los suscribe vergonzante pero implacablemente.

La universidad que formó a Efraín, lejos de exaltar la talla humana de su mártir, se mantiene férrea en procurar su olvido. Hace muchos años hizo borrar su nombre del teatro que así había sido bautizado. 

Hoy toca a la UADY restituirlo y contribuir con ello a ratificar la indignación de aquellos días. Restituirlo es afirmar que los yucatecos no aceptamos el asesinato como instrumento político. Bajo ninguna circunstancia.

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