El Retorno

Este artículo lo escribí cuando Marco Antonio Delgado Suárez aun habitaba en este mundo con nosotros, le pide autorización para publicarlo y me dijo..¡Adelante!, así lo hice y hoy de nuevo lo comparto.

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El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá… Eugéne Lonesco.
Me comentó Manuel Azueta que habías retornado, con el polvo de la tarde en la mirada. Él te vio cansado, fatigado, deambulando torpemente por la Héroes. Le asustó tu figura quebrantada, tu caminar lento y doloroso, como quién carga en sí la infamia de un pasado proscrito y temeroso, donde fue la acusación y no la culpa el motivo y atributo de la ausencia.
 
 
Este hombre anda mal, dijo Manuel. Le extendí la mano y miró al vacío, Marco soy yo, Manuel, tu antiguo amigo, y vi un intento de querer reconocerme, apretó mi mano titubeante y observé el temblor que lo embargaba. Al sentir la calidez de su mirada, pregunté, ¿cómo estás poeta y viejo amigo? Contestó con indudable seriedad, y una voz sumida en lejanías: sólo sé que estoy, que a veces soy, y que por consecuencia, nunca he sido.
 
-Cuéntame, qué ha sido de tu vida, ha tiempo atrás que abandonaste este terruño, fueron muchos los días que nos olvidaste. Chetumal te excluyó de su memoria y borró tus vivencias de su historia, ¿qué te trae de nuevo aquí poeta?, ya no es la ciudad que abandonaste, la de amigos y canciones que gozamos en largas  madrugadas. Aquel Chetumal de lavanda, casimir inglés y buen tabaco, el de gente y casas de madera, el de empleos, dinero y de alianzas, es otro el Chetumal en que hoy vivimos. Yo diría más bien sobrevivimos, no supimos medir la circunstancia, y lo incierto medió nuestro destino.
 
Marco Antonio despertó ante mis palabras, de un letargo que presumo fue de siglos y me dijo: Manuel, eso es muy cierto, otra fue la ciudad que yo recuerdo, yo recuerdo una ciudad clara y vestida, con sus anchos y prolongados camellones, de avenidas arboladas y repletas de un orgullo fenicio y mercantil donde se fundía a la iniciativa, de aquellos hombres que arribaron, de lejanas y remotas latitudes, que traían la esperanza en la mirada y una férrea voluntad entre las manos, con la altiva terquedad de la madera, de los hijos del río y la bahía. Los primeros se apostaban al comercio, y los otros su vida a la política, y de aquella conjura y el misterio, de anhelos y sueño compartidos, creció aquel Chetumal que sonreía, y que ahora se pierde en mi memoria.
 
Mi retorno es duro y doloroso, es un encuentro con toda mi añoranza, con mi pasado, mis errores y mis culpas y desde luego con toda mi arrogancia. Yo viví de la navaja al filo, y reté a tirios y troyanos y asumí mi postura impertinente, en vanas y prolongadas discusiones, y que otorgué mintiendo, muchas veces, sin mediar las consecuencias,  de mis palabras. Hoy, retorno a  un lugar que ya no existe, o no existe a la medida de mi intento.
 
-Abrevé y abusé del intelecto, me burlé de las formas y el objeto, por Virgilio conducido, Dante estuvo en el infierno, y conoció según el canto tercero de aquella Comedia tan Divina, almas que tienen las puertas del infierno cerradas, y son sin embargo, almas condenadas. Estas fueron almas de actuar indeciso en la gran rebelión de Luzbel al Altísimo, la pena que tienen ahora esas almas, es el no merecer el castigo del infierno y menos aún, la virtud de la Gloria, y me dijo: 
-No te imaginas, mi viejo Manuel, cuanta gente, al cuestionar su andar por la vida, se queda pensando, cómo han de encontrar las puertas del infierno, ¿acaso cerradas?
 
Goethe murió y con él la intensidad de su Fausto, cortesano e impreciso, lo que dijo, lo que habló, lo que mintió y su doble postura con el diablo. 
 
Vi a Neruda caminar en vanas aguas, entre aguaceros y atardeceres inculpados, no le di prestigio a sus poemas, ni reconocí, su Canción Desesperada; Borges fue más claro cuando dijo, en su antiguo poema a la lluvia…    ”cae o cayó, la lluvia, es una cosa, que sin duda ocurre en el pasado”, y al conjurar lo vivido y lo soñado, con el apoyo de la Literatura, dio a entender, a mi ver, que en la palabra puede estar y no ser la misma cosa.
 
Una martes  me llamó García Márquez, nos reunimos en un bar de mala muerte ahí por Bucarelli.  Me dijo Marco Antonio dame ideas. ya necesito escribir un nuevo libro..yo le hable de Chetumal y de su origen, de las lluvias que duraban varios años y después el advenimiento de mariposas que es algo que se da después que llueve, se me ocurrió inventarle una historia de una familia que fundó el Payo Obispo, el ilustre Othón P. Blanco  y descendencia, y otras locuras que se me iban ocurriendo, ya después el Gabo  publicó cambiando nombres. en Cien Años  lo que yo… le dicté en una tarde.
 
Y así en pos de la Literatura, cuestioné incluso al diccionario. Para mí, la palabra fue el principio, una premisa de la Eternidad, es decir, como todo bien habido, hombre que reconoce la escritura, es sin lugar a duda, la palabra, la santa y segunda figura, de la Santa Eterna Trinidad… sin embargo, reacio, el diccionario me indicó en forma anacoreta para mí, la palabra es la palabra, y ha estado siempre manifiesta, continuó Manuel casi perplejo. Vi en los ojos de ese hombre, algo extraño, y no era precisamente la demencia, de aquél que ante todo, intenta todo, su mirada de antaño aún vertida en el color intenso de la maleza, de la pujante y frondosa selva verde. Ahora el verde de sus ojos era acuoso, como el pantano, el humedal o la marisma, a causa del desacierto o la indulgencia.
 
Sin embargo, me dijo Marco Antonio: que no asome tu pena a mi postura, soy por linaje heredero de la altura, y he vivido con los hijos del demonio, soy de fuego, de sol incandescente, no te dejes llevar por mi figura, mi fuero interno abriga la estatura, del Arcángel Gabriel y la conjura, de Zoroastro, Platón y Trimegisto, yo entendí al Bautista antes que nadie, y desde luego reconozco a Jesús Cristo, el guerrero más grande que ha existido, ese amigo de Gautama y de Mahoma que entendió a los Grandes Iniciados, que fue un guerrillero y un poeta, y el más grande orador que haya existido.
 
Mi estirpe, es la estirpe de la Atlántida, somos gente tocada por el sol, somos cósmicos, galácticos e inmortales y tenemos un pacto con la Luna más allá del espacio sideral. Nuestro numen procrea la existencia, en nuestras almas se plasmó el conocimiento de todo lo que se perdió en la biblioteca, de esa ciudad llamada Alejandría. Ahí leí los pergaminos del Mar Muerto, los Evangelios que nunca fueron publicados, el porqué de la orientación de las pirámides, el ocultismo de los sabios sionistas e iniciamos a la luz a los Templarios y otras cosas que prefiero no contarte; por temor a que entiendas mi secreto, mismo que por alguna razón no fue confiado, aunque así lo duden los perplejos,  a San Agustín y ni siquiera, por razón que desconozco, al maestro de maestros: Akaneton.
 
 
Pronto he de volver de nuevo a casa, con los míos, al espacio sideral y ahí en una lejana estrella, donde habita una flor y una sonrisa… iniciaré como el Principito, nuevamente mi ideal…
 
Don Manuel, conmovido, solo alcanzó a decir: querido amigo, ojalá que en ese mundo donde habitas, Dios por siempre y para siempre, esté contigo. Abrazó a Marco Antonio con estima, con la estima de los hombres bien nacidos. Una mano… el espíritu y el hombro… y un mensaje. Te aprecio amigo mío… 
 
Don Manuel caminó sobre la Héroes y aprendió que a pesar de lo vivido, aunque a veces intente soslayarlo… muchas cosas en la vida no ha entendido.
 
 
Othón P.Blanco
Diciembre del 2001

 

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