El tío Pancho y Loló

Una excelsa amiga de Cancún mencionaba con frecuencia a su tío Pancho, ello con notable cariño, que después supe estaba condimentado con tintes admirativos...

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Una excelsa amiga de Cancún mencionaba con frecuencia a su tío Pancho, ello con notable cariño, que después supe estaba condimentado con tintes admirativos. Tanto lo traía a colación, que en un momento dado me pareció chocante la presencia del tío Pancho —quizás por naturales celos— en la vida de mi adorada amiga.

Sin embargo, cuando casualmente supe quién era ese personaje, quedé perplejo o algo parecido, porque resulta que yo lo conocía virtualmente desde hacía mucho tiempo, cuando en los inicios de los años 70’s, Francisco Sánchez era el guía en cuestiones de cine, de un grupo de imberbes que pretendíamos ser artistas o por lo menos intelectuales. 

Quiero decir con esto, que este señor publicó durante unos diez años, desde 1972,  crítica cinematográfica de alta calidad en el suplemento de espectáculos del diario deportivo Esto, editado en la ciudad de México, que tuvo una copiosa circulación nacional en aquellos años, que se sigue editando y que no puede confundirse con el diario Por Esto!, editado en varios puntos de la Península de Yucatán.

Así entonces, como esa amiga cancunense le habló de mí a su tío Pancho, empecé a recibir en un lapso de poco más de dos años,  cuatro libros sobre cinematografía que Francisco Sánchez fue publicando a fines de la última década del siglo veinte.

Esos libros estaban autografiados; fueron dedicados a mí con amables palabras, de modo que de buenas a primeras, sin yo merecerlo, me convertí en amigo digamos que epistolar, de Francisco.

Por extrañas circunstancias, nunca nos conocimos personalmente, pues cuando yo viví en Cancún, imperativos de intenso trabajo me impidieron siquiera pensar en una visita a la ciudad de México, donde residía el tío Pancho, y cuando éste fue a Cancún, a pesar de los esfuerzos de su sobrina, nunca coincidimos.

Esos libros que me fueron dedicados, son: Océano de películas, Siglo Buñuel, La comezón del séptimo arte, y Crónica antisolemne del cine mexicano. También publicó Todo Buñuel (Cineteca Nacional, México, 1978); y Hermosillo, pasión por la libertad (Cineteca Nacional, México, 1989).

En narrativa, también ha publicado: Postales de los años de esplendor (Reloj del Sol, Monterrey, 1994); Tierra que fue mar (Casa de Cultura y Teatro Isauro Martínez, Torreón, 1996); Manuel Acuña protagonista (Historias de entretén y miento, Saltillo, 1999); así como La mujerte (sic, Colima, 1988).

En su faceta de guionista, es autor del documental Los que viven donde sopla el viento, que dirigió Felipe Cazals, y de las películas Las noches de Paloma (Alberto Isaac), Amor libre (Jaime Humberto Hermosillo), El tonto que hacía milagros (Mario Hernández), Pueblo de madera (Juan Antonio de la Riva), El tigre de Santa Julia (Alejandro Gamboa). También adaptó para el cine la novela La tregua, de Mario Benedetti, que dirigió Alfonso Rosas Priego en el 2002.

Estos trabajos merecieron los siguientes premios: Festival Internacional de Cine Documental de Bilbao, España, en 1974, por el referido documental; Heraldo 1979 por Las noches de Paloma; Diosa de Plata 1980 por Amor libre; Ariel 1984 para el Mejor Argumento Original, por El tonto que hacía milagros; Coral de La Habana 1991 por Pueblo de madera, en el XII Festival Internacional de Cine Latinoamericano. 

Como escritor de telenovelas, destacan Teresa, protagonizada por Salma Hayek; Ramona, con la no menos célebre Kate del Castillo.

Recuerdo bien cuando fui a ver Pueblo de madera, porque aparte de la calidad estética de esta cinta, figura ahí en papel secundario pero decisivo, la chismosa del pueblo, interpretada por Loló Navarro, actriz y directora teatral oriunda de Guadalajara, pero de legendaria trayectoria en el puerto de Veracruz, donde se ha instituido un premio que lleva su nombre, y que murió en el 2011.

Ahora Loló es una celebridad, porque actuó en películas como Antes que anochezca, con Javier Bardem y Johnny Depp; El coronel no tiene quien le escriba, con Fernando Luján y Salma Hayek; Frida, con ´Diego Luna, Edward Norton, Salma Hayek, entre otras muchas. También hizo trabajos para Televisa y TV Azteca, pero en aquella lejana época de los 70’s, en los ratos libres que teníamos quienes trabajábamos en el Centro Cultural del Museo de la Ciudad de Veracruz, me divertía ver a Loló, con su eterno paliacate cubriéndole la cabeza, respirar agitadamente mientras jugábamos parkase, porque aparte de apostar libros, idas al café La Parroquia o al cine, Loló se apasionaba por el juego en sí, en el que el mero azar de los dados determina quién gana y quién pierde.

En una de esas partidas de parkase, quien era en ese entonces novio de Loló, me ganó jugando, Rayuela, la obra maestra de Julio Cortázar que marcó nuestras jóvenes vidas de entonces; pero en ese momento yo no tenía ni la más peregrina idea de la importancia de esa novela, así que la conseguí, se la entregué a quien la había ganado en buena lid, y poco después pude al fin aquilatar lo que había pasado por mis manos. Sin embargo, como decía Loló en el papel de Nana Goya de un comercial, “esa es otra historia”.

Quiero agregar que, quizá como toda actriz que se respete, Loló era muy temperamental, al grado de que cuando ella estaba dirigiendo los ensayos de El zoológico de cristal, de Tennessee Williams, caprichosamente se resistió a seguir una indicación muy oportuna de Juan José Gurrola, el legendario actor y director de cine y teatro, que frecuentemente visitaba el puerto, porque además de disfrutarlo intensamente, tenía familiares ahí.

También tengo una vívida memoria de El tigre de Santa Julia, por la actuación de Fernando Luján en el papel de un periodista que escribe notas sumamente coloridas y las lee a sus amigos en voz alta, lo cual es una clara transferencia de la propia personalidad del guionista, el tío Pancho, que en ese papel está recordando sus gloriosos años de periodista en el diario Esto. 

Francisco Sánchez nació en Ciudad Acuña, Coahuila, en 1939; murió en la ciudad de México en el 2013. Pensando yo en su generoso carácter, al brindarme una amistad que obviamente yo no merecía, porque no hice nada para tenerla, acuden a mi mente versos de Lope de Vega que quiero dedicar a su memoria, con el perdón de las y los auténticos cristianos, porque están dirigidos a Cristo no por el grandísimo poeta que los escribió, sino por el pecador común: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? / ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta, cubierto de rocío, / pasas las noches del invierno oscuras?”

Por cierto, el entrañable poeta mexicano Alejandro Aura, recuerda el primero de estos versos, con evidente, con emotivo homenaje, en las dos estrofas iniciales de su poema Las olas del mar, que dicen así: “No es el mar menor que esta ola / escapada del grupo en que venía, / tenía espuma, vuelo, asunto, / y se detuvo en donde menos aprecio / y duración tendría. // ¿A mis pies una ola? / ¿Qué tengo yo que mi amistad procura?”

 

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