Elecciones anticipadas
Gobernar México exige un muy amplio respaldo social para un programa político capaz de conducir al país en el largo plazo y en el ancho mundo.
No bien terminada la primera mitad del sexenio de Enrique Peña, los aspirantes presidenciales se lanzaron a la campaña electoral de 2018. Por mandato legal, ninguno de ellos pedirá el voto, pero tampoco dejarán de promoverse, sin desde luego estar obligados a rendir cuentas a nadie del origen del dinero con el que pagan sus gastos.
Entre éstos, sobresalen los de publicidad, disfrazada o no, y que por cierto suele ser mala, e invariablemente es frívola. La respuesta social ha tenido lugar de inmediato, dando los primeros pasos de lo que ya es una rutina: escepticismo general, seguido de una coqueta renuencia, fragua de afinidades bajo diversas justificaciones, dado el debido anti-partidismo (“son peores que los otros”, “con tal de que no vuelvan ésos”, “más vale malo por conocido”, “que haya un cambio”) para, finalmente, votar más o menos por el que siempre se ha votado, y desde luego nunca por su Némesis.
El rito, a más de interesante, resultaría hasta divertido, a no ser por el hecho de que ahí se dirime la forma como 120 millones de mexicanos habremos de convivir en el próximo sexenio y más.
Testificar el debate sobre los vicios y virtudes de los contendientes, individuales y colectivos; las reacciones escépticas de prensa y ciudadanos; y aún más, el florecimiento de las ilusiones fantásticas de una democracia sin partidos, con gobernantes buenos y sonrientes, sin conflictos políticos y sociales que el diálogo y la buena voluntad no puedan solucionar, con todos alegres poniéndose de acuerdo en maravillosos objetivos comunes, no importa que en la realidad sean a todo punto imposibles; me genera la sensación “clara y distinta” (decía el libro de Lógica) de encontrarme en una borrachera callejera muy, muy avanzada. En el asfalto mojado, bajo la lluvia, y con tráfico que ya se abre, debatimos la calidad de la orquesta.
A nueve años, es evidente que el próximo presidente fracasará, al igual que Fox, Calderón y Peña, si es electo bajo las reglas constitucionales actuales, y aun añadiendo la segunda vuelta. Gobernar México exige un muy amplio respaldo social para un programa político capaz de conducir al país en el largo plazo y en el ancho mundo. Se impone cambiar el sistema político desde sus bases, para superar definitivamente esta gris etapa de gobiernos minoritarios.